Este domingo II de Pascua es llamado de la “Divina misericordia”, y la verdad es que si de algo está necesitado el mundo es de misericordia. El papa Francisco lo ha recordado hace pocos años, haciendo propaganda del libro de Kasper. Es una palabra que viene de miseria y de corazón, sentir con nuestro corazón la miseria de los demás. Dios se pone en mi lugar, sufre por mis pecados en Jesús (Jn 3,16) y me salva. Este domingo de la divina misericordia nos muestra Jesús resucitado que ilumina nuestra vida con un sentido nuevo. En él se cumplen las Escrituras como la de Jonás de estar tres días en la oscuridad de los muertos. Este paso que desde el Éxodo nos habla de purificación por el agua y el desierto y entrar en la tierra prometida, es nuestro bautismo que culmina en la Eucaristía donde participamos de la sangre del Señor. Todo ello este domingo de la Divina misericordia se expresa con dos rayos que manan del costado de Jesús: el agua y la sangre. El Bautismo, signo de la Pasión de Cristo, donde hemos sido muertos y sepultados con él para resucitar a una vida nueva; y el alimento de su vida, de su Espíritu, por el que podemos exclamar «¡Abba!, ¡Padre!» como hermanos de Cristo, identificados con él, para ser hijos de Dios. En nuestra época de la posverdad, donde muchos piensan que somos solamente un puñado de células que va a desaparecer con la muerte, en medio de los anhelos de nuestro mundo veo que las promesas de Israel se cumplieron en Jesús, y más allá del contexto de aquella época, intuyo una palabra divina y una alianza que se cumple en Jesús de Nazaret, el Maestro: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11,25). La experiencia pascual transforma los corazones de los discípulos que pasan de ser torpes para lo espiritual, a enviados por el Espíritu Santo. Y ese mismo Espíritu de Jesús es albergado en cada uno de nuestros corazones, pues de algún modo Jesús se une a cada uno, en sus circunstancias, aunque muchos no lo sepan. No importa si somos todos un poco torpes, el Espíritu irá abriéndose camino. Esta es la misericordia de Dios, que estamos llamados a la eternidad, a un amor por siempre. De este modo, Jesús sigue vivo en tantas personas que transmiten ese amor divino. Y “este es el día que hizo el Señor”, como canta el salmo.San Pablo nos anima a “buscar las cosas del cielo”… ¿Qué quiere decir? Para mí, es vivir en comunión: con Dios, los demás y con la creación, sabiendo que estamos en una escuela de aprendizaje, para ir viviendo ese amor que nos trajo el carpintero de Nazaret, ese pescador de personas, en cierto modo es traer el cielo a la tierra para hacer de la tierra un cielo. Porque esta es la fuente de la alegría pascual, Macario el Grande dice que, a veces, a los creyentes “se les inunda el espíritu de una alegría y de un amor tal que, si fuera posible, acogerían a todos los hombres en su corazón, sin distinguir entre buenos y malos”. Estamos hablando de un Dios que acoge buenos y malos. Y “de esta experiencia pascual nace una actitud nueva de esperanza frente a todas las adversidades y sufrimientos de la vida, una serenidad diferente ante los conflictos y problemas diarios, una paciencia grande con cualquier persona… ser cristiano es, precisamente, hacer esta experiencia y desgranarla luego en vivencias, actitudes y comportamiento a lo largo de la vida” (José Antonio Pagola).
Al igual que se han dado pasos en el ecumenismo (unos hacia delante, otros parece que hacia atrás) el gran tema es la salvación, la verdad de Jesús y su papel en las espiritualidades, el papel de la Iglesia visible dentro de la llamada invisible a todos a formar parte de ese cuerpo de Cristo más allá de los elementos visibles. Esto significa que más allá de la Iglesia visible, hay una chispa divina en cada persona, en su conciencia, que le lleva a ir siempre más allá de lo que estamos viendo, hacia un “para siempre”.
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