La conmemoración de los 100 años del nacimiento de Jorge Eduardo Eielson (13 de abril de 1924 – 8 de marzo 2006) viene generando un justificado interés en el circuito cultural peruano. Razones sobran y están a la vista: ya sea como autor literario o artista visual, Eielson se ha convertido en una suerte de marca cultural que, a diferencia de otras figuras canónicas peruanas, exhibe algunas cualidades a subrayar: frescura y juventud. Ergo: un magisterio que se renueva y potencia en cada generación de creadores. Del mismo modo, el aumento de seguidores intergeneracionales atentos a su obra y vida.
Eielson se ubica en el top 10 de poetas peruanos más relevantes del siglo XX —ya me he referido a la importancia de nuestra tradición en el panorama poético mundial— y su obra visual/plástica la empezó a exhibir desde 1948 —año en que dejó el país, por cierto— ante el contundente saludo de la crítica. Fue parte de la Generación del 50, la de mayor impacto en la cultura peruana durante el siglo pasado… Por lo dicho, se deduce que su obra nunca ha dejado de estar en el radar de los entendidos, sin embargo, es a finales de los noventa e inicios del nuevo siglo, cuando su propuesta despierta un interés “masivo”, y en este punto resulta necesario destacar la difusión emprendida por la revista sanmarquina more ferarum. Si hoy apreciamos la radiación Eielson (ya pertenece a una comunidad culta no necesariamente académica), se la debemos a esta publicación, cuya apuesta marcó la pauta de la continuidad para los interesados desde sus distintas disciplinas. La hemeroteca no miente.
En el marco de este centenario, el pasado 10 de abril se inauguró la exposición Canto abierto: homenaje a Jorge Eduardo Eielson en el CCPUCP, la cual va hasta el 12 de mayo; y este viernes 19 se presentará la muestra Todavía mi nombre es Jorge. 100 años de Jorge Eduardo Eielson en la Casa de la Literatura Peruana, a disposición del público hasta el 30 de junio. De lejos y cerca: sendas exposiciones son de visita obligada.
Siguiendo este orden de eventos, el Teatro Británico estrenó el pasado jueves 5 Maquillage, obra con la que Eielson ganó en 1946 el III Premio Nacional de Teatro. Tenía 22 años y un año antes se alzó con el Premio Nacional de Poesía con el poemario Reinos. Basta este par de datos para aseverar que Eielson era una suerte de rock star del circuito cultural. Sin embargo, Maquillage tuvo un tránsito accidentado: nunca se conoció la versión completa del texto dramático y su estreno en 1950, bajo la dirección de Joaquín Roca Rey, estuvo marcado por la censura y la controversia. Por eso, es importante conocer esta nueva presentación en sociedad de Maquillage. Un acontecimiento, por decir lo menos.
Con la dirección de Carla Valdivia y con textos del escritor Bruno Polack, más las soberbias actuaciones de Lita Baluarte, Eduardo Camino, Brayan Pinto, Irene Eyzaguirre y Jorge Villanueva, Maquillage cumple con las expectativas: presenciamos cómo una familia se dinamita emocionalmente en una madrugada, cuando se suponía que la misma estaría signada por la celebración. Tras un largo día de trabajo, el patriarca vuelve a casa con una buena noticia que les devolverá la bonanza de tiempos pasados: ha recuperado el diario de la familia. A partir de entonces, secretos ocultos, medias verdades, sentimientos/amores no confesados y enfrentamientos físicos marcan el curso de la acción. Valdivia lleva a sus personajes a la desesperación: dicen lo que piensan y sienten, y en más de un tramo el intercambio de palabras consigue el efecto de incomodar/demoler al espectador (cuando la transmisión se impone a la representación formal). El costo por salir de la hipocresía es muy alto para ellos, pero la mecha ya está encendida y no les importa incinerarse. O lo dices ahora o callas para siempre, parece ser el ánimo de los personajes. Tampoco se entienda que estamos ante una representación seca, sin cuotas de humor, por el contrario, Valdivia ha sabido dosificar el contenido y en ese propósito ayuda la escenografía y la música, las otras protagonistas de esta versión de Maquillage.
Cuando Eielson escribió Maquillage, tenía 21 años. Si hacemos un parangón con su obra poética, crítica (en 1946, a saber, publicó con Javier Sologuren y Sebastián Salazar Bondy la imprescindible antología La poesía contemporánea del Perú) y plástica/visual, no sería nada extraño especular que Maquillage haya sido, en ese contexto, su trabajo más personal y transparente en discurso. La dimensión elástica de su poética creativa yacía en un inconformismo personal y en Maquillage arremetió contra la hipocresía y doble moral de aquella Lima que jamás iba a aceptar su homosexualidad. Por ese motivo, Eielson se fue de Perú.
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