Personalmente necesito pararme y pensar por lo menos una vez al año. Me sienta mejor que una prolongada estancia en uno de esos balnearios con “spa” y sopicaldos. En la vida, aunque nosotros no queramos, estamos enganchados a lo que nos rodea; como si una reata de ganado nos envolviera. Hay veces que me siento como esas ovejas que son azuzadas por perros ladradores o pastores vociferantes, que me obligan a no pensar y hacer lo que me dicen. El ruido y el sistema nos llevan a entrar por la puerta del redil que se nos impone. En estas circunstancias es muy difícil remar contracorriente o salirse de la masa. En todos los aspectos de nuestra vida -especialmente ahora, cuando las redes sociales y los medios de difusión nos bombardean con lo que tenemos que sentir, vivir o creer- nos sentimos manipulados e impelidos por la vorágines de sensaciones, consignas e ideas políticamente correctas. Para realizar esta experiencia el proceso es muy simple: Una vez que te has puesto a cero –has reseteado tu mente-, te pones a pensar. Sí. Eso que consiste en dejar que brote de tu cerebro y de tu corazón cuanto de noble y de positivo hay en él. Recordar todo lo bueno que has vivido, olvidar todo lo malo que te ha pasado. Vivir el hoy intensamente, aprovechar las maravillas que nos ofrece el mundo que nos rodea y, finalmente, dejar el futuro en las manos de Dios o del destino, según creencias. Para eso me paro de vez en cuando. En esta ocasión me ha servido de excusa la intención de nuestro presidente de hacer un alto en su vida política. Lo que ignoro es si ha pensado. Tiempo y animadores ha tenido. “Por sus hechos le conoceréis”. Si el alto en el camino no te ayuda a orientarte, se trata de un tiempo perdido. Yo, de momento, he decidido dejar que la vida fluya. Sin agobios. Cada día “traerá su afán”.
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