Un día nuestra hija apareció en casa con una especie de pareja de loritos pequeños que se les conoce con el nombre de “inseparables”, aunque su nombre científico es agaporni. Son muy pesados pues constantemente revuelan por la casa y terminan aterrizando en cualquier cabeza, incluida la mía que, por calva, no puede ser considerado como un vulgar aterrizaje.
Están siempre unidos y cuando uno de ellos muere, su compañero o compañera lo hace a los pocos días.
Viene esto a cuento porque hoy se ha publicado un curioso reportaje sobre parejas humanas que, después de una vida en plenitud de unión, al morir uno de ellos, el otro le sigue pasados pocos días.
Los expertos, que por cierto los hay para todas las cuestiones de la vida, comparan este hecho con la “metáfora del náufrago”, o sea, que después que éste ha realizado todos los esfuerzos para salir vivo del accidente, cuando llega el momento del salvamento y el esfuerzo ya no es necesario, el cuerpo se desvanece.
El hecho de tal publicación ha sido debido a la muerte del filósofo Gustavo Bueno cuarenta horas después de que lo hiciese su esposa; para algunos, se apunta, “es fruto de la coincidencia”, sin embargo los expertos afirman que es la Bioquímica la culpable al no querer el cerebro esforzarse por seguir viviendo.
El estudio pone algunos ejemplos más, pero recuerdo el caso de la pareja formada por Federico Fellini y Giulleta Masina en que la actriz falleció a los cinco meses de la muerte del gran director de cine, dicen los más románticos que por amor; vaya usted a saber.
Viene todo esto a cuento porque tal vez me encuentre más tierno que de costumbre y crea, aunque sé que no es así, que todo mi universo, también el de ella, se encuentra cimentado de alegrías, tristezas, guiños, risas, lágrimas, recuerdos y vivencias; y no sé, pero tengo la percepción que cuando uno de los dos tome el dulce camino de lo ignoto, el otro va a tardar muy poco en seguirle.
Y no es que, plaf, ea, se acabó todo, pero sí que después de tantos años juntos pienso que no vale la pena seguir por muy bien que uno o una sea atendido por familiares o extraños.
Perdonen el rollo.
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