Después de algunos incidentes entre vuestro país y Argentina, del que todavía unos cuantos educados no salimos del asombro, luego de la pobreza que supieron conseguir políticos irresponsables y negadores, de “poca calle” (es célebre el periódico que le fabricaban a Hipólito Irigoyen para hacerle creer que todo andaba bien para el ciudadano de a pie), de funcionarios desleídos, aunque conocedores de las marcas más prestigiosas, me he puesto a pensar cómo hacen nuestros expertos en turismo para continuar estimulando a vosotros y el planeta a visitar Argentina, a conocer Buenos Aires.
Me andaba rondando este tema en la cabeza, hasta que oí a Imanol Arias en una nota que dio anoche a la televisión abierta. Loas hablaba don Arias de nuestra Mercedes Morán (ella se hizo popular en una tira costumbrista de 1998 en la tele, que paralizaba Argentina, todos querían verla en “Gasoleros”). No hay argentino que no respete a Morán por su nivel actoral. Además, se trata de una de esas actrices que piensan, hábito un poco desacreditado últimamente en estos lares.
Decía Imanol Arias que ama Argentina, que incluso intentaría comprar un campito con alguna vaca para sus hijos a fin de que compartan todo lo bello e inteligente que tenemos los argentinos y nuestra pródiga naturaleza. Si nadie es profeta en su tierra, visitantes extranjeros nos devuelven, a menudo, la parte bonita del espejo: no somos tan desaforados, ambiciosos, irracionales, fragmentados y locos. Lo propio vienen diciendo parientes y amigos europeos y americanos cada vez que me visitan. Quizás, la cosa pasa por la magia. Por ejemplo, Buenos Aires. La literatura porteña se solaza de sombras y algún horror. Tan sólo recordar a Manucho Mujica Láinez - cordobés de nacimiento y porteño por hábitos y opción - en “Misteriosa Buenos Aires”, todo un indicio. ¿Qué otra cosa escribir, me pregunto, enuna urbe cosmopolita, plena de tesoros culturales e historias extrañas, que se cree la capitana del país? ¿Localización epistemológica o ciudad, copiada por otras metrópolis nacionales, cuyos ciudadanos pudientes la habitan como si fueran ciudadanos en tránsito pues se quejan de pagar impuestos, pero lo hacen sin chistar en Norteamérica, en Europa?
Recuerdo a Jorge Luis Borges en una oportunidad en que me crucé con él en la esquina entrela Avda. Córdoba y la calle Maipú. Nos pusimos a charlar de literatura como si nada, parecíamos antiguos conocidos. Él se conocía a sí mismo y a su obra muy bien, por lo que no descollaba como pavo real sobreactuado ni como humilde disfrazado. (Lo mismo me pasaba entoncesa mí y me sucede todavía). Desde aquel encuentrocasual (o causal, vaya a saberse) entre dos porteños en uno de los barrios más míticos de la ciudad, durante los años 80 cuando la democracia asomaba, prometedora, advertí que Buenos Aires tenía virtudes indiscutibles. Pero tiempo después, también, que Argentina podía hacer giros políticos de la mañana a la noche e irse de mambo en dos segundoshasta desconcertar (y dañar) a cualquiera.
En el siglo que transcurre, Buenos Aires lucha por sostener su unitaria visión de la política aunque la Constitución Nacional y la de la Ciudad aprecien el federalismo. Las provincias en lo real parecen no existir (aborrezco la palabra “interior” para designarlas, como si fueran satélites, me desconcierta todo ese embrollo de la coparticipación, sin resolver pese a tanto buen jurista…).
Buenos Aires, guste o no, es tango, literatura, arte y milonga. Contradicción e incongruencias. Los saberes populares superanla soberbia de quienes nunca supieron gobernar. El pueblo porteño tiene humor, hay una picaresca: Tato Bores, inolvidable… En teatros del circuito comercial y del independiente un público leal ovaciona. Y después de haber debatido durante horas sobre el dólar, la ética y muchos descontroles; acerca de la religión y asuntos domésticos propios y ajenos, somos capaces de cerrar la discusión en un (ahora modesto) compartido asado criollo.
Los argentinos al percibirnos como insulares, admiramos demasiado el afuera, al extranjero. Me aclaro, al foráneo que seleccionamos cuidadosamente, no vaya a ser que nos identifiquen con la América toda…Pero aun así, valemos la pena: no aburrimos ni nos aburrimos nunca. Somos creativos hasta para la desgracia.
Pese a mi escepticismo ¿realista?, subsisten cinco razones para visitar Buenos Aires (y, claro, Argentina): gastronomía de calidad donde quiera que elijas mesa o choripán y vinito en la costanera; teatro, literatura, edificios que todavía asombran a los arquitectos; arte del mejor. Si el forastero se animara además, a escuchar a Eruca Sativa, Fito Paez, a Charly García y evocar a Mercedes Sosa, a Astor Piazzola y a bailar bajo los acordes de Bajo fondo (una banda de argentinos y uruguayos mancomunados), vendría a un paraíso. Eso sí, os prevengo, tened cuidado con los discursos inconsistentes de los cholulos que cambian de color según la ocasión; cuidado con los odios ancestrales y, sobre todo, con algún que otro pícaro de esos que viven siempre de las costillas del otro, pues en esto también podríamos diseñar Maestrías… Venid con seguro médico, sin incluir terapia: si algo sobra en Buenos Aires son los divanes “consumidos” como pastilla ligera.
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