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Corpus, cierre del ciclo de las fiestas de Pentecostés

Celebramos una versión litúrgica, a los 50 días, donde se revela de un modo especial la Trinidad de personas
Llucià Pou Sabaté
viernes, 31 de mayo de 2024, 09:04 h (CET)

Estos días en Granada se celebran las fiestas de Corpus, aunque la fiesta litúrgica, como en muchos sitios, se celebra el domingo. Ahí se cierra el ciclo de Pentecostés, efusión del Espíritu Santo, que presenta diferentes perspectivas en los escritos del Nuevo Testamento.


Relato de la efusión del Espíritu Santo: relato de Lucas


El relato de los Hechos de los Apóstoles es el más representado en la historia del arte y la liturgia, describiendo una teofanía (revelación divina solemne) que evoca la del Sinaí (cf. Éxodo 19). Viento impetuoso y fuego evocando el rayo, simbolizan la trascendencia divina. Aquí se muestra el Padre donando el Espíritu a través de la intervención de Cristo glorificado. Pedro lo expresa claramente en su discurso: Jesús, «exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís» (Hechos 2, 33). En Pentecostés, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo «se ha manifestado, donado y comunicado como Persona divina... En este día se ha revelado plenamente la Santa Trinidad» (nn. 731-732). Este evento marca la culminación de la Nueva Alianza anunciada por los profetas (cf. Jeremías 31, 31-34; Ezequiel 36, 24-27). Es una nueva Babel, donde, a pesar de la diversidad de idiomas, la fe común en el Señor crea un entendimiento compartido, «anunciando las grandes obras de Dios» (Hechos 2, 11). Un comentario judío sobre el Éxodo dice: «En el Sinaí la voz del Señor se dividió en setenta idiomas, para que todas las naciones pudieran comprender» (Éxodo Rabbá 5, 9).


Otra narración se encuentra en el Evangelio de Juan, más sencilla: en la misma noche de Pascua, Jesús les dijo: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío».


El perdón de los pecados unido al envío del Espíritu Santo: ¿sólo hombres o también mujeres?


Luego, sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Juan 20, 20-23). Esto confirma la promesa de Jesús en sus discursos de despedida: «el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14, 26). Aquí, Jesús se dirige no solo a Pedro, sino a los que estaban en el Cenáculo: ¿quiénes eran? La tradición nos dice que los discípulos y algunas mujeres. ¿A quiénes habla? El texto no especifica género, por lo que en principio no se excluye a las mujeres, también seguidoras cercanas de Jesús.


Conocemos la vía sacramental que la Tradición adjudica a los Doce, y luego a otros a los que se les impone las manos…Sin duda, la Tradición es más fuerte que las palabras, pues el modo de interpretar las palabras es lo que constituye el modo de entenderlas en un contexto. Pero la expresión “a ellos” sin duda neutro, para todos, pues sería raro que negara el Espíritu Santo a ellas. De hecho, en Juan 20:22, el pronombre griego "αὐτοῖς" (autois) se traduce generalmente como "a ellos" (dativo plural de "αὐτός"), y si bien en griego antiguo "αὐτοῖς" es el dativo plural masculino, en muchos contextos y especialmente en los escritos del Nuevo Testamento, puede tener un uso inclusivo que abarca tanto a hombres como a mujeres cuando el grupo es mixto. Así que, en este contexto, "αὐτοῖς" puede referirse a todos los discípulos presentes, sin importar su género. Por lo tanto, se podría traducir como "a ellos" en un sentido inclusivo que incluye también "a ellas". Lo mismo puede decirse del contexto de que estaban reunidos “los discípulos”, con una interpretación igual a la que acabamos de decir: un uso inclusivo que incluye, en el Evangelio, a ellos y ellas. El modo de aplicar que el Espíritu lo recibieron todos (ellos y ellas) pero el poder de perdonar los pecados es solo para ellos  (discípulos masculinos) ha sido el modo habitual de interpretarlo en la tradición católica.


Sin duda, ha habido excepciones. La Abadesa de las Huelgas en España es un caso notable en el cristianismo medieval donde las abadesas tenían ciertas prerrogativas que eran inusuales para mujeres en la Iglesia católica. En este Monasterio de Burgos, la abadesa tenía prerrogativas como el derecho de oír confesiones y absolver pecados de las monjas bajo su autoridad, poder excepcional otorgado por el Papa Inocencio III, en el siglo XIII, que reconoció y confirmó muchos de los privilegios de ese Monasterio, desviación significativa de la práctica eclesiástica estándar, que reservaba estos poderes exclusivamente para los hombres ordenados. Aunque es importante notar que estos privilegios no reflejaban una práctica generalizada en la Iglesia católica, plantean una cuestión de fondo: las cosas de derecho eclesiástico pueden ser de origen divino o humano, las divinas no tienen excepción, las humanas tienen excepciones...


Por eso, el caso de las abadesas de Las Huelgas es un ejemplo de cómo en ciertos contextos y épocas, las mujeres en la Iglesia católica pudieron tener roles de autoridad y ejercer funciones espirituales significativas. Fue un caso excepcional y no representaba la norma dentro de la estructura eclesiástica de la época, y recientemente se ha reafirmado la jerarquía en que no se atreve a cambiar esa tradición [1].


El legado paulino: es el Espíritu de Jesús que habita dentro de nosotros


Pablo, en sus cartas a los Gálatas y a los Romanos, no describe una narración directa del Pentecostés, sino que se enfoca en los frutos del Espíritu. Para Pablo, el Espíritu es el don del Padre que nos convierte en hijos adoptivos, haciéndonos partícipes de la vida divina. Afirma que el Espíritu elimina todo temor: “recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!

El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Romanos 8, 15-17). En Gálatas 4, 6-7 el texto es mucho más atrevido, pues menciona que es el Espíritu de Jesús quien clama dentro de nosotros, quizá es la expresión más fuerte de nuestra esencia divina.


Podemos orar usando el apelativo familiar «abbá» (papá), como Jesús mismo usaba en su relación con su Padre celestial (cf. Marcos 14, 36), con una libertad interior profunda: «el fruto del Espíritu es el amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5, 22-23).


Comparación de los dos relatos evangélicos: el histórico y el “litúrgico”


La versión de Juan es más histórica, mientras que la de Lucas recoge la tradición desde Babel al Sinaí y los profetas, y no me encuentro capacitado para decir si fue otra manifestación del Espíritu, como la de la noche de la Resurrección de Jesús, pero esta vez pública, que en la comunidad se interpreta al hilo de los fenómenos extraordinarios, y no sé hasta qué punto los hubo en el evento histórico o hay una adaptación literaria que incorpora esos elementos de la tradición judía, específicamente la teofanía del Sinaí (fragor, viento y fuego…). De pequeño, me sorprendía que siguieran juntos en Jerusalén, cuando hay apariciones del Resucitado que parece que son en Galilea.


Sin duda, la simbología es clara: nacimiento de la Iglesia, por el Espíritu, con los discípulos/as en torno a María la madre de Jesús. El significado teológico está claro: continuidad entre la antigua y la nueva alianza, y mostrar que la manifestación del Espíritu Santo es un evento de revelación divina tan significativo como el que ocurrió en el Sinaí. Sin embargo, al contextualizar el evento según esa interpretación certera, me quedo con la duda de si fue obra del Espíritu Santo o de esa contextualización lucana.


Conclusión: el Espíritu Santo para todos

   

La Escritura nos revela un relato histórico el día de la Resurrección, cuando también ofrece Jesús la mediación en el perdón de los pecados. En Pentecostés celebramos una versión litúrgica, a los 50 días, donde se revela de un modo especial la Trinidad de personas. Hay por tanto muchos detalles históricos que siguen abiertos: si a los 50 días de la Pascua hubo un fenómeno extraordinario en Jerusalén, o bien estuvieron en Galilea (el doble relato de la Ascensión aparece tanto en Galilea como en Jerusalén).



[1] "Las Huelgas: el monasterio y su ámbito histórico" libro de Emilio Sáez, proporciona una visión detallada de la historia y las particularidades del monasterio y sus abadesas.


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