Nada más terminar la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña principalmente, y EEUU, pergeñaron la “Operación Impensable”. Tropas americanas, inglesas, polacas y los restos de las alemanas (100.000 tropas), se dirigirían sobre la Unión Soviética. El cálculo frio de los militares llevó a la conclusión de que más bien era una operación imposible, dadas la profundidad estratégica del país y las dimensiones de su ejército levantado en armas.
La clave en una sola pulgada
Tras la implosión de la Unión Soviética, esta recibió garantías de que la OTAN no avanzaría ni una pulgada sobre sus fronteras (James Baker, republicano: “not one inch”). Sin embargo, Clinton (demócrata), para atraerse los votos de los emigrados del Este (lo secundario sobre lo fundamental) comenzó a incumplir la palabra dada. Brzezinski (demócrata), un halcón que, junto a otros más, desarrolló la doctrina Truman (demócrata) de contención del comunismo, lamentó que tal ampliación se iniciara. Lo mismo opinó Kissinger (republicano y también halcón).
Lo que era una élite pensante ha devenido en un grupo de dudosa brillantez. Ya Obama (demócrata) inició una política que provocó lo que Brzezinsky temía, que tiempo después Rusia y Chinan llegaran una alianza estratégica. No creemos que Biden (demócrata), Von der Layen o Johnson sean ni más radicales, ni mejores estrategas que Kennan, Brzezinsky, Kissinger o Lippmann. La operación contra Nixon (republicano) por espionaje a los demócratas, seguramente se ha magnificado, teniendo en cuenta los resultados en los asesinatos de los Kennedy o en el caso Weather Underground (archivo), en el que hubo intervenciones telefónicas, robos e interceptaciones de correo realizadas por el FBI. Posiblemente, el caso Watergate iba dirigido realmente contra las políticas de apertura a China y contra el plan de que los aliados se hicieran cargo de su propia defensa. Todo lo antedicho sólo tiene una intención: contradecir la idea de que la Iglesia tiene suficientes doctores y de que siempre se toman las decisiones pertinentes.
¿Han desaparecido las izquierdas y las derechas?
Hoy el mundo es más confuso que nunca. Por ejemplo, se dice que las izquierdas y las derechas han desaparecido. Sin embargo, no creemos que sea cierto. La Historia ha de dar otras muchas vueltas de tuerca más, por la que tendrán que resurgir. La confusión proviene de dos modelos que entremezclan sus características, aunque sus finalidades sean diametralmente opuestas.
Una cruz para explicarnos
Por un lado está el mundo globalista, que se pude representar por una línea vertical. Por el otro, cortándola horizontalmente, el grupo de la llamada mundialización. Esta segunda opción es la reacción inevitable (e incluso dialéctica) al globalismo. La dependencia que tiene el Sur Global (mundialización) de Occidente (globalismo) le es desfavorable en todos los sentidos, desde el económico al militar, pasando por el financiero, el cultural o el comercial, lo cual impide su desarrollo. Esta historia, de la que se olvidan sus antecedentes, comenzó con la expansión de Europa sobre el resto del mundo. Hablamos del colonialismo y de sus diversas transformaciones, las cuales no han solucionado el problema de las relaciones desiguales.
¿Es caprichosa la elección de dos líneas cruzadas? Se podrían haber creado cuatro columnas (globalismo: izquierda-derecha; mundialización: izquierda-derecha). Sin embargo, una línea vertical para la unipolaridad (poder de decisión concentrado) y otra horizontal para la multipolaridad (poderes de decisión diversificados) parecen bastante expresivas de la realidad geopolítica.
Si cogemos la línea vertical vemos que tanto a su derecha como a su izquierda hay fuerzas políticas, doctrinas, naciones que son tanto de izquierda como de derechas. Y si miramos la horizontal, dividida en dos tramos, vemos que a izquierda y derecha se repite el fenómeno. Es decir, tanto en el sector globalista como en el mundialista hay izquierdas y derechas, democracias y autoritarismos, tradiciones y cosmopolitismos, teocracias y laicismos, pacifismos y belicismos. Su gran diferencia es que mientras el primero (el globalismo) en realidad desea debilitar las estructuras estatales y nacionales, el grupo mundialista basa su supervivencia en el mantenimiento de las soberanías. El poder financiero mundial frente a las economías nacionales de producción real.
Globalismo
El mundo globalista es una vertical jerárquica que se desarrolla en círculos concéntricos. EE.UU. Reino Unido, UE, aliados estratégicos (Taiwán, Corea del Sur, Filipinas, Israel, Marruecos, hoy quizás Argentina, etc.), más países dependientes en diversos niveles. Hemos dicho EEUU, pero quizás habría que poner en cabeza las grandes corporaciones trasnacionales. Es irreal creer que la política de la Casa Blanca es el producto de unos compromisarios elegidos por el pueblo norteamericano.
Los instrumentos de poder del mundo globalista, por encima de los estados, son, entre otros, el BM, el FMI, el TPI; la OTAN, el G7, la Comisión Europea, la OMC. De las NN.UU. habría mucho que decir. A esos poderes se le añade otro esencial, el de emitir la moneda de referencia a nivel internacional, el dólar norteamericano. Este privilegio permite a EEUU, entre otras cosas, trasladar su deuda a los otros países. La propuesta alternativa a la dolarización son transacciones comerciales con las monedas nacionales, respaldadas por una cesta (tal como se dice) de materias primas.
Como dijimos, el mundo globalista (principalmente EEUU) optó por la desindustrialización para aprovechar los bajos salarios del Sur Global, en búsqueda de unos beneficios mayores. Esto provocó en algunos países desarrollados un movimiento laboral centrífugo. Lo que demuestra que su orientación (la del globalismo) no es nacionalista o estatista, sino financierista. Un mundo sin barreras nacionales, donde la economía de las grandes corporaciones determine la política de las naciones (si es que sobreviven).
Esta concentración de poderes y su estructura vertical le otorga una gran capacidad sancionadora (selectiva o general) --en contradicción con el derecho internacional--, casi siempre bajo la excusa de la defensa de los derechos humanos y con la intención del colapso económico del sancionado. La mayoría de las veces esos derechos humanos tienen cara de materias primas rebeldes. La capacidad coactiva de tales sanciones reside en el poder militar (principalmente la OTAN y tratados bi o multilaterales). A esto se suma un rosario de bases estratégicamente situadas. Europa no se libra de ellas, sobre todo Alemania.
La propia España estuvo amenazada por ellas. Hubieran podido, resultar catastróficas. Hay que recordar el proyecto Islero, mediante el cual España habría podido desarrollar hasta 23 bombas nucleares al año. Tanto De Gaulle como Carrero Blanco se habían negado a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear. España, preocupada por las reclamaciones de Marruecos, sabía que EEUU, ante un conflicto entre ambos países, no intervendría a su favor. Kissinger (secretario de Estado de Nixon), en su visita a España en 1973, y en reunión con Carrero Blanco, insistió en que España firmara el referido tratado. Casualmente, menos de 24 horas después, moría por el atentado de ETA. ¿Una acción antisoberanista?
Este mundo tiene pocas simpatías por las “indisciplinas” soberanistas. De lo que deriva un internacionalismo o cosmopolitismo que concuerda con los postulados de cierta izquierda “woke” autodeterminista (también hay capitalismo “woke”).
Esta izquierda ha sustituido su referencia principal de clase por una fragmentación de reivindicaciones parciales (identitarismo, transversalismo): feminismo, sexualidad, ecologismo, derechos civiles, racismo, etnicismo, xenofobia, indigenismo, cultura, autodeterminación, etc., poco conflictivos con los intereses del capital trasnacional. Sobre ancianos, niños subalimentados (en España, sí), kellys, accidentes laborales mortales, se oye bastante menos. Luego están los extremos, como el de los Verdes de Alemania, que desde lo de Yugoslavia han optado por un belicismo contradictorio con los postulados fundacionales. Curiosamente, el asunto del pacifismo ha sido totalmente abandonado por esas fuerzas woke.
En su opción doctrinal (la globalista) prima la intervención privada sobre la pública; es decir, es poco amiga de la cosa pública. En este aspecto, Milei es alumno aventajado.
Mundialización
Otro tanto ocurre en el grupo de la mundialización. Hay países de izquierda, de derechas, teocráticos, laicos, ateos, democráticos, de extrema derecha, de extrema izquierda, dictatoriales. Más aquellos que son la expresión máxima de espíritu de la mundialización. Se mueven según sus propias conveniencias a pesar de haberse alineado con la mundialización. Quizás la mejor prueba de su sinceridad. Hablamos de Arabia Saudita e India. Un caso semejante en el otro grupo podrían ser Turquía o Hungría, países atlantistas. Dentro del área occidental, además hay interrogantes importantes: ¿las extremas derechas de Francia y Alemania, los dos países principales de la UE, serán capaces de mantener su soberanismo?
En contraposición a la izquierda woke, la izquierda mundialista tiene su representación principal en políticas gubernamentales que, con excepciones, más que socialistas, son asistencialistas (es erróneo, por ejemplo, creer que Venezuela es un país socialista). Hablamos de países que se extienden por Latinoamérica, Asia, África. Peyorativamente se las define como populistas. Esta palabra también se aplica a políticas de derecha cuando se salen de la fila (como Berlusconi). No hablamos de la izquierda socialdemócrata en cuanto ocupa el centro con pactos con una derecha que se desliza hacia su derecha. La principal baza de estas fuerzas, principalmente las socialdemócratas --el estado del bienestar--, va a convertirse en problemática si se aprueban los 500 mil millones para defensa, tal como desea Von der Layen. Inversión que muchos sospechan ira mayormente hacia EE.UU.
Extremas derechas blanquedas
En esa cruz formada por la intersección entre globalismo y mundialización (siendo el G7 y los BRICS sus rostros más noticiables), los modelos se contradicen y a la vez se reproducen, tanto a la izquierda como a la derecha. En realidad estamos en un momento de aceleración histórica. Los imperativos de la geopolítica, de la geoeconomía, de la geoestrategia, impiden un alineamiento claro.
A nuestro entender, lo más característico es una lucha entre un mundo al que las soberanías le molestan, caso de la UE, y otro que se resiste a desmontar la nación y sus conquistas sociales, por muy pequeñas que sean. Quizás, dada la ambivalencia de contenidos, sea un momento ideal para un proceso dialéctico (tesis frente a antítesis, con sus contradicciones internas intercambiables), lo cual podría ayudar a una síntesis razonable si fuéramos razonables. Pero no lo parece. De entrada la UE ha nombrado a una representante de exteriores muy belicosa cuyo país, Estonia, tuvo en las elecciones generales una abstención cercana al 63 por ciento. Quizás no deba sorprender en un país donde todavía hay desfiles en memoria de las SS. En su día el presidente del Comité Antifascista de Finlandia afirmó que "lo que ocurre aquí (Estonia) es la propaganda nazi más auténtica legitimada por el Estado”, "En un país civilizado de Europa esto no es posible". La fuerza de Kaja Kallas es la de dos eurodiputados en un país de un millón trescientos mil habitantes. Una de sus particularidades es que hay ciudadanos de segunda clase (25 por ciento). Estos caminos no son buenos para la UE. Las denuncias que se dan en la UE contra las extremas derechas suenan a artificiales. No hay mayor ultraderechismo que echar leña a la hoguera.
|