En el Congreso de los Diputados, último día del veraniego agosto, se
celebraba, o padecía, la segunda Sesión para la prevista, y en primera
instancia anunciada como fallida, Investidura de Mariano Rajoy a la
Presidencia del Gobierno. En Casa Manolo, por contra, hoy estaba echado el
cierre. Un cartel en la puerta anunciaba un “cerrado por vacaciones” y unos
obreros aprovechaban para acondicionar el local.
Desde la calle, las diferencias parecían simples: Un lugar con la actividad
parlamentaria habitual de una Cámara Legislativa que busca la investidura de
un candidato a Presidente de Gobierno; y un local cerrado preparándose para
seguir con su actividad. Pero, al entrar en pormenores, las diferencias ponían
en evidencia algo digno de reseña si se tiene en cuenta que Casa Manolo, a
lo largo de los años y las Legislaturas, se ha convertido en lugar de
relaciones en el que abundan las conversaciones y filtraciones, también
intoxicaciones mutuas, entre miembros de la clase política y la prensa.
Pero en Casa Manolo hoy estaba echado el cierre y no había nadie. Sólo
un contenedor de basura a la puerta (a las 2 de la tarde) con sol de justica y
olores ajusticiadores.
A esa hora, sólo el diputado español Francesc Xavier Doménech y un
compañero pasaron por allí buscando algo, quizá tranquilidad o una bebida
fresca. Pero nada más. El local, como muestra de las actividades normales,
estaba al margen. Como si el Parlamento, del que se nutre y vive, le fuera
ajeno.
Sin embargo, en el Congreso se estaba celebrando una Sesión del Pleno
en el que el Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno en funciones, exponía
un Programa de Gobierno con el trataba de ganar apoyos y confianza para
formar el Ejecutivo de la XII Legislatura iniciada.
Parecía como si el negocio del local hubiera decidido prescindir de la
clientela habitual que porporciona la actividad del Congreso.
Lo significativo del asunto es que Casa Manolo no es un caso único. En
este caso, a pesar de su actividad, historia y condición, la muestra es
importante porque pone de relieve el aislamiento de un Congreso de Los
Diputados al margen de lo que hay alrededor.
Mientras tanto, dentro del Palacio de las Cortes, en el Hemiciclo del
Congreso de los Diputados, encorsetada y aislada una vez más, la
representación de la ciudadanía nacional, cada uno a lo suyo, y solo a lo
suyo, iba desgranando discursos plúmbeos y letanías aburridas con los que
dar forma a su conjunto de representaciones, que algunos llaman postureos,
bajo fórmulas al margen de la realidad y necesidad nacionales.
En esta situación, no había nada que no fuera previsible. Todo el mundo
sabía qué iba a decir cada cual, la postura de todos, cómo iba a votar cada
uno y qué iba a ocurrir. La clase política enclaustrada en el edificio de la
Carrera de San Jerónimo, una vez más, a pesar de la distancia, mínima, se
alejaba en el espacio ajena al interés de todos y tratando de enjaretar
sarcasmos, críticas o alguna frase pretendidamente afortunada.
Mientras tanto: Rajoy exponía un programa de Gobierno (conocido) del
PP. Pedro Sánchez se aislaba cargando acentos socialistas en un no egoista,
personalista y reiterativo. Albert Rivera bamboleaba sus afanes, cadencias y
carencias, Pablo Iglesias apacentaba confluencias y divergía en oleadas.
Nacionalistas varios, según y cómo, cada uno a lo suyo y poco para todos,
mirando al vecino, tentándose lo propio y remirando a lo ajeno. Y los demás,
minoritarios del Grupo Mixto y aledaños..., a lo demás.
Al terminar la sesión, y el día, pesadumbre, hastío, calor, hartazgo. Y el
resultado previsto, anunciado y conocido.
En la calle, cerrada, Casa Manolo soportaba las consecuencias y olores
de la basura que habia cerca. Ya preparada para, al acabar agosto, ser util y
servir.
Pero el Congreso de los Diputados no es Casa Manolo, el bar-restaurante
que hay en el número 7 de la calle de Jovellanos de Madrid. Esta cerca; y
entre ellos hoy había algo digno de reseña.
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