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​Estado del Malestar

Jesús Domingo Martínez, Gerona
Lectores
miércoles, 21 de agosto de 2024, 10:35 h (CET)

Me comentaba, hace unos días, un amigo médico que vivimos en una sociedad que bien podría denominarse “Estado del Malestar”, en contraposición a la manida expresión de Estado del Bienestar.


En España, especialmente, se está legislando y gobernando – y no sólo a nivel político, también en el ámbito cultural y educativo - en una dirección que conduce a muchas personas hacia un “malestar”, unas veces porque se confunde el Malestar con el bienestar subjetivo, otras veces porque se produce daño, se justifica,  se fomenta, y aparentemente seguimos tan contentos, en una burbuja que seguimos calificando como “bienestar”.


El Tribunal Constitucional, muy dividido en una materia tan crucial como la vida humana,  ha aprobado que puedan abortar las menores de edad de 16 y 17 años, sin consentimiento de sus padres.


El aborto va en aumento, tanto en cifras como en ampliación de supuestos. Curiosamente, muchos admiten que no es la solución adecuada, pero con el matiz de “respetar” a quien quiera abortar. Es un respeto algo sospechoso, porque parece que se quiera esconder, evitar el debate, ignorar las causas. Se provoca la muerte de casi 100.000 fetos cada año en España, y estamos impasibles ante esa tragedia, justificándola como modernidad, inevitable solución o incluso derecho.

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Si bien el conflicto entre Israel y Palestina obedece a cuestiones de corte político y étnico que no podemos soslayar, en el fondo ostenta una decidida etiología mítica y religiosa. Esto es coyuntural ya que, de no tenerlo en cuenta, dificultaría comprender el alcance de los acontecimientos actuales. En otras palabras, si sostenemos la fuerte influencia bíblica y coránica podemos afirmar con cierta seguridad que no es visible una solución de fondo como muchos esperan.

Y seguimos sin establecer una oficina ad hoc para su debido tratamiento coordinado ya que los tres grandes contenciosos están encardinados, tan estrechamente interconectados como en una madeja sin cuerda, donde al tirar del hilo de uno para desenlazarlo, surgen, automáticamente, inevitablemente, los otros dos.

En una de esas conversaciones que surgen en las sobremesas navideñas, me preguntaron por el sentido de la vida en clausura. Mi respuesta fue un tanto evasiva. No se entiende el pasarse la vida encerrado en un convento sin hacerlo desde la perspectiva de un mínimo de fe. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer con más detalle la vida de dos comunidades de monjas de clausura. Las Hermanas de la Caridad de San Fernando y las monjas Cistercienses del Atabal.

 
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