El tema del aborto es asombroso, digno de estudio. Se oculta el sufrimiento de la madre, del progenitor que ni siquiera es consultado, se financia el aborto con fondos públicos y no hay dinero para el ELA, los cuidados paliativos, etcétera, y el lector puede ampliar la lista.
Si escribo estas líneas no es por pesimismo, sino con el afán de aspirar entre todos a un mayor bienestar real. Mucha gente da pena, y más si son parientes o amigos. Se rompen los matrimonios, derretidos, aun reconociendo el daño a los hijos y el que muchas veces sufren los cónyuges: en ese clima, muchos optan por no casarse, convivir, también porque se hacen “menos daño” si no se casan, y se va probando sin un auténtico bienestar.
¿Qué es el “bienestar” y qué es el “malestar”, lo que nos imponen grupos de poder para explotarnos económicamente o ideológicamente, o lo que de verdad hace a la persona y a la sociedad más humana, feliz y plena, en definitiva de “bienestar” físico y moral? Sinceramente, no me presto al juego torticero, interesado y cruel.
Es evidente que la sentencia del Tribunal Constitucional legitima las relaciones sexuales con precocidad y el Estado asume las consecuencias, admitiendo el aborto sin consentimiento paterno a los 16 y 17 años. Además, están aumentando las enfermedades de transmisión sexual, por lo que esta sentencia es un paso del “Estado del Bienestar” a un “Estado del Malestar”. Para votar se exigen 18 años; para abortar, no: ¿alguien lo puede explicar?
Se evitan los datos y estudios sobre los muy nefastos efectos psicológicos entre las mujeres que abortan, y especialmente en las jóvenes que abortan. En ese Estado del Malestar se disimula la crueldad del aborto, se vende como un derecho, se esconden los crecientes casos de enfermedades sexuales, se tapan los casos de suicidio o de tentativas entre las jóvenes.
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