Cada día que pasa me siento más contento de ser andaluz y de haber nacido en uno de sus pueblos serranos en los que a los niños de ambos sexos les gusta jugar todavía a los mismos juegos que jugaron sus antepasados, como saltar a piola, a la comba, a las carreras de sacos, al juego del pañuelo y un largo etcétera que les hace felices durante sus tiempos de recreo o festividades veraniegas. Lo mismo viene ocurriendo en los pueblos de la campiña y en los de las costas andaluzas. Dicho lo cual, debo aclarar que igualmente se van adoptando los nuevos entretenimientos que tienen su base en la informática. Pero lo que más me conforta es que nuestros jovencitos no son instruidos como los que viven en Granollers, un pueblo catalán en la que uno de sus juegos -al parecer patrocinado o consentido por las autoridades- consiste en hacer prácticas de guerrilla urbana contra unos muñecos con uniformes de policías para lanzarles cócteles Molotov y construyendo barricadas. Usted mismo, amigo lector, puede escribir las líneas que faltan a este escrito. Seguro que coincidiríamos.
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