Existen épocas en las que la vida no va como uno quisiera, momentos que nos pueden desbordar o, en su defecto, que nos hacen dudar de si las cosas más adelante volverán a su cauce. Y es que a lo largo de nuestra existencia viviremos instantes de gran felicidad y otros en los que parezca que todo se tuerce. Nos compararemos con las personas más próximas y, hasta a veces, querremos la vida que otros tienen despreciando la nuestra.

Nos olvidaremos de lo que tenemos y parecerá que no valorásemos lo que todavía, no hemos perdido debido a esa actitud pesimista a causa de la perspectiva tan negativa que podemos ir arrastrando tiempo atrás. Y es que al principio, puede sucedernos “algo” que hará que nuestra valoración de la vida cambie por completo, algo que nos golpee con respecto al futuro o a los acontecimientos presentes. Nos podrán doler más o menos esos cambios y podremos hundirnos en mayor o menor medida pero, después, tendremos que levantarnos y seguir con nuestra vida.
El problema viene cuando, después de ese “algo” se van sucediendo unos tras otros, pequeños obstáculos que, repetidos en el tiempo una y otra vez, pueden desestabilizar de forma crónica o temporal, todo nuestro mundo y su relación con el entorno llegando a transformarnos en la forma que tenemos de interpretar la vida.
El hecho de superar los inconvenientes no quiere decir que hayamos avanzado ni que hayamos aprendido algo de ellos, sino que vamos sobreviviendo a lo que nos viene; divorcios tras años de matrimonio, convenios reguladores que se cambien a golpe de juicios, pagos de hipotecas tras la pérdida de un empleo, infidelidades con personas cercanas, disputas entre familiares por herencias, adicciones que vuelven a manifestarse, rupturas de pareja con bienes en común, muertes de personas cercanas, pérdidas precipitadas por enfermedades o accidentes, diagnósticos irreversibles…
Tendremos que gestionar de la mejor manera posible aquellas cosas que esperábamos que no nos pasaran a nosotros pero que, visto en otros, parecen no tener tanta importancia ni suponer tanto drama. Y tras ese suceso que nos impactará y cambiará vendrán pequeños momentos de cierta estabilidad, pero que debido al estado emocional cualquier problema por mínimo que sea, nos hará caer de nuevo porque no estaremos totalmente recuperados.
No es tanto, el que cuando algo va mal, todo venga igual después, sino que se trata de que no tenemos la fuerza ni la seguridad suficiente para afrontar cualquier suceso que se nos presente y que nos trastoca. No estaremos mentalmente preparados para nuevas caídas porque arrastramos aún, la recuperación y el salir a flote de esa mochila emocional.
Cuando alguien está fuerte y no ha sufrido malos momentos será capaz de comerse el mundo, pero cuando alguien ha experimentando alguna mala situación, le costará más ver la vida con una visión más positiva porque, en cierta medida, estará influenciado por determinados sentimientos derrotistas. Por lo que no se trata, de pensar que existen épocas en las que todo viene mal sino de ser conscientes de que todo lo que nos venga después de un mal suceso nos afectará muchísimo más que en el caso de no haberlo sufrido.
Es por eso, que hay que pararse a reflexionar sobre el momento en el que nos encontremos y en cómo nos afectará todo. Sentir altibajos, irritabilidad, debilidad, mal humor, pensamientos autodestructivos, sensación de ahogo… son manifestaciones totalmente normales cuando alguien está superando determinados problemas. Y es que lo más importante es ser completamente objetivo con la situación que nos está tocando vivir y asimilar y entender que el estado emocional en el que nos encontremos afectará de lleno a la valoración que hagamos de las situaciones futuras.
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