En el parque de Torralba de Ribota se escucha el borboteo del agua. ¿Será el gotear de las lágrimas de los sauces llorones? El aire mece sus largos cabellos. La tierra está mojada. Las hojas brillan. Todo está fresco porque ayer llovió. Se oye a un riachuelo dando trompicones y riendo, como todos los riachuelos ríen cuando están contentos. Nos ponemos en marcha en dirección al embalse de la Hoz. Flanqueados por parras repletas de racimos de uvas, metro a metro recorremos el trayecto. En mi nuca noto anotados los ojos de la iglesia de San Félix Mártir. Miro hacia ella y allí la veo que se levanta coronando el valle de la rambla de Ribota. Tierra roja recién lavada a nuestros costados. Los arbustos de moras, almendros y viñas extienden sus manos para regalarnos sus viandas. Torralba de Ribota, tierra hospitalaria, me digo. Arribamos a un empinado pinar que comprime la presa de la Hoz por la parte atrás. Detrás de la apretada represa, unos peldaños nos aúpan encima del apretado apresamiento. Temprano la sierra de la Virgen imprime su imagen en el pantano. Las carrascas, robles, y chopos lo protegen. Al tener visitas, la vegetación se apremia a acicalarse en el espejo de los ojos negros del tremedal. Vamos hasta la cola del embalse y volvemos a Torralba donde nos espera el festival Saltamontes 2024. Las actuaciones dan comienzo en el patio de una casa. Debajo del hueco de una gigantesca roca que yace horizontal. Y al lado de una vetusta higuera, dos mozas y un mozo, engolan la voz para regalarnos poesías en un refrescante recital.
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