Hay una nueva variante del matrimonio que se está intentando colar en la sociedad, la sologamia, esto es, casarse con uno mismo. Aunque sin validez legal, se trata de una ceremonia simbólica que incluye elementos de una boda tradicional como votos, anillo (en este caso, uno), invitados y un convite para festejar la autoaceptación y el amor propio, dicen sus defensores.
La visibilidad de este fenómeno ha aumentado gracias a figuras públicas, sobre todo a través de las redes sociales, y en ciudades como Madrid y Barcelona existen ya empresas especializadas que ofrecen paquetes completos para estos enlaces individuales.
Este concepto no sólo no está libre de controversia, sino que, atendiendo a la voz matrimonio, es posible desmontarlo al resultar contradictorio. Además, si bien existen palabras que se pueden disponer de distintos modos, hay determinadas barreras que, al traspasarse, las inutilizan. Un lenguaje privado (con significados particulares, subjetivos, inventados) no sirve de nada. Bueno, quizás para jugar cuando eres un niño.
El caso es que la sologamia no sólo desacata las normas lingüísticas, sino que no respeta dos verdades antropológicas. Una es la necesidad de las personas de vivir ligadas, unas por otras y para otras. La segunda, que nos amamos a nosotros mismos gracias al amor de los demás. Uno aprende a amarse según es amado. Estas verdades no se dan ni pueden darse en dicho invento porque falta el otro. Por eso es un rito vacío, un envoltorio. También una ilusión, pues nada hay en el mundo que exista de forma aislada o independiente.
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