A través del hilo conductor de la escritura a uno le llegan los ecos de su imaginario clarividente, porque como decía aquel: «no hace falta salir para respirar porque podemos hacerlo desde casa, leyendo, pensando, sintiendo y escribiendo». Llevo muchísimos años escuchado el latido de la escritura: «el escribir te inspira, y tú inspiras a las letras». Poco a poco, conforme avanzas con la escritura, crece la nómina de cómplices literarios al lado de la sombra protectora de los libros. Acabas un escrito, y esas palabras plasmadas desprenden aromas agradecidos de cultura, una cultura pasional que te reconcilia con todo, y esa escritura con todas sus letras, sus palabras y sus frases, es un privilegio, un privilegio territorial de convivencia y entendimiento con el arte de la literatura. Siempre he pensado que una buena frase escrita es un diamante, es un don para apreciar. ¿Cómo acercarse al auténtico sentido de las palabras? Poniendo en esas letras escritas el corazón. Quiero acabar esta columna tan íntima con las letras afirmando que “los árboles de la comprensión y de la escritura sólo son verdes y frondosos si pones corazón en cada uno de los párrafos”. Sí, queridos lectores, porque «lo infinitamente pequeño es infinitamente grande».
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