Alejada del verdadero espíritu olímpico, la ceremonia inaugural de París 2024 fue una lamentable mezcla de cultura woke, feísmo, satanismo y calculadas ofensas al catolicismo, como si eso fuera una muestra artística contracultural y valiente en pleno siglo XXI.
La representación grotesca de una Última Cena, con drag queens, fue solo la guinda a un pastel agrio que perdió una oportunidad de oro, con una puesta en escena preocupada por colar morcillas ideológicas de supuesta pluralidad, inclusividad, libertad, igualdad y fraternidad, mientras se hacía apología del aborto o se ridiculizaba a los católicos. Una muestra elocuente de decadencia que retrata a los que la idearon y la permitieron; una desgracia que, como subrayó el obispo Robert Barron, duele ver en la Francia que en otros tiempos solía llamarse la hija mayor de la Iglesia, y en el París que nos dio el pensamiento de Tomás de Aquino, Vicente de Paúl, el rey Luis IX y tantos misioneros franceses que llevaron y siguen llevando el Evangelio a todos los rincones del mundo.
|