La preocupante brecha de género en las percepciones de inseguridad es un hecho incontestable. Este hecho es muy palpable cuando se consideran los cambios en hábitos y prácticas cotidianas, donde se observan diferencias muy significativas entre hombres y mujeres. Creo que estas diferencias deberían influir en la orientación de las políticas de seguridad, una cuestión que, hasta ahora, ha sido abordada de forma errónea en la toma de decisiones.
A causa de leyes aprobadas últimamente, existen “actividades” que se han dejado de realizar por temor a ser víctimas de delitos: usar el teléfono móvil o artículos electrónicos en público, caminar por ciertas áreas o lugares, y salir de noche. Las mujeres evitan estas actividades con mayor frecuencia que los hombres.
Aunque la sensación de inseguridad ha crecido en toda la sociedad, esta percepción es mucho más acentuada entre las mujeres. Esta diferencia se intensifica por nivel socioeconómico, es decir, mientras más bajo es el nivel, mayor es el cambio de prácticas por parte de las mujeres. Vale hacer notar que esto no sucede con los hombres cuando consideramos la variable socioeconómica.
Otro tema es el transporte público, donde se evidencia una sensación general de inseguridad (mucho más en las mujeres que en los hombres) por el abandono de las administraciones.
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