Hace tres años que Kabul y todo Afganistán cayó, sin resistencia, en manos de los talibanes. En realidad se trató más bien de un paseo triunfal mientras las tropas aliadas al mando de Estados Unidos abandonaban el país. En la memoria quedan las imágenes de las evacuaciones forzadas y las masas de ciudadanos que soñaban con escapar del horror más que previsible.
Todo lo temido se ha hecho realidad porque los talibanes no han tenido que cambiar el rumbo de sus hazañas. La sharía impera en Afganistán y a esta deben someterse quienes quieran conservar su vida. Ningún Estado reconoce a los talibanes, pero no importa. Ninguna organización internacional de ayuda humanitaria puede operar en el país, pero no importa. Los únicos testigos que quedan son los ciudadanos que, pese al riesgo más que real de perder la vida, usan sus teléfonos móviles para capturar imágenes de la barbarie. Y, de entre los ciudadanos que resisten con mayor determinación, destacan las mujeres que se niegan a morir bajo los burkas.
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