No es casual que el hecho de servir en mesa haya adquirido un cierto halo de romanticismo. En reservorios de bares con una ontogénesis más social y regentados por familias que siempre proveen, no serás tú quien por norma aporte el valor del servicio cargando una bandeja plastificada con los deleites de toda la prole.
El recorrer toda una sala para conquistar un servilletero, o limpiar cualquier despropósito orgánico, es una realidad descontada. El bar tradicional basado en un modelo "autárquico", aún sostiene que el invitado está excusado de los prolegómenos del ágape.
Lo antagónico nos convierte, sin duda, en mano de obra precaria y eventual de establecimientos ciclostilados sin alma.
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