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​¿Cerrar las puertas?

Domingo Martínez Madrid, Burgos
Lectores
miércoles, 2 de octubre de 2024, 19:00 h (CET)

Honestamente, cerrar las puertas al foráneo es una crueldad. Ahora bien, pensar que abrirlas acrítica e incondicionalmente es la ayuda que necesita es ingenuo, además de que decidir cuánta gente puede entrar en un país, que seguramente sea menos de la que despierta la solidaridad, constituye de por sí un asunto muy desagradable. La tutela de los menores que llegan a España es una obligación legal del Estado, igual que la de socorrer los naufragios, pero los cuerpos de seguridad, los servicios de emergencia sanitaria y los centros de acogida llevan mucho tiempo desbordados (tampoco se les dota de medios suficientes) por una inmigración que, en sí misma, es desbordante. A su vez, los inmigrantes tienen el deber de integrarse en el país de acogida y quienes migran normalmente no pueden asimilar su vida a la de los nacionalizados ni aún con el paso de los años. La lengua, las costumbres, la burocracia, las posibilidades laborales, el nivel adquisitivo… terminan por distinguirnos a todos.


Por otro lado, detrás de la llegada masiva de inmigrantes no es difícil reconocer la actividad de las mafias y los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y de combatir las actividades criminales.

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Llevo tiempo observando la presencia del entrenador de fútbol del Real Madrid en sus partidos por la televisión, masticando basura.  No digo basura porque sea, sino por la insensatez que lo hace el masticar cuando les habla a sus subordinados e incluso a los árbitros. Al cuarto árbitro, le sacude con un salivazo de muy señor mío, cuando le habla dándole en toda su cara con el flujo de baba cuando se le acerca masticando la basura que lleva en la boca.

Honestamente, cerrar las puertas al foráneo es una crueldad. Ahora bien, pensar que abrirlas acrítica e incondicionalmente es la ayuda que necesita es ingenuo, además de que decidir cuánta gente puede entrar en un país, que seguramente sea menos de la que despierta la solidaridad, constituye de por sí un asunto muy desagradable.

El Papa, durante su viaje a primeros de mes a cuatro países de Asia y Oceanía, dirigió también sus primeras palabras a la Iglesia que camina en esas tierras. Francisco apuntaba, con una bella metáfora de la realidad de ese país,  Indonesia, formado por miles de islas, que la fortaleza en la fe, la apertura a todos en la fraternidad y la cercanía a cada uno en la compasión, deben ser los “puentes del corazón” que unen a todas las islas.

 
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