Cuando acabó la guerra de España (1936-39), empezó en España una nueva situación. Fue una guerra de Satanás contra Dios; muchos mártires, con su sangre, derrotaron a Satanás. Obispos, sacerdotes, religiosos y ciudadanos fueron asesinados por ser católicos. He vivido desde mi nacimiento (1936) en la miseria más absoluta hasta el rabioso y desenfrenado materialismo actual; desde el espíritu católico que imperaba en la sociedad, con paz, fraternidad, unidad, ilusión, esperanza y alegría que se siente cuando nuestra conciencia está limpia. La situación actual de España es todo lo contrario. Se ha establecido una sociedad sin Dios, lo cual es irracional, pues si Dios no existe, no existe nada. Las consecuencias, ya las estamos viendo, son extremadamente peligrosas. Es inconcebible que, si España era católica, ahora sea pagana. Pero es que también aquella Iglesia Católica en la que me crié y he vivido no tiene comparación con la Iglesia actual. Por tanto, el problema de España no es político, ni económico, ni material; es espiritual. Y para que España volviese a ser católica, cosa difícil pero no imposible, la Iglesia tendría que dar un giro de 180 grados. Primero es Dios y luego el hombre. Aquellos ciudadanos que se formaron con aquella Iglesia eran personas coherentes, pacificadoras y responsables, y así fue posible que España fuera una gran nación, con paz y prosperidad. Nunca es tarde, y una sociedad sin Dios y una Iglesia mundanizada y desacralizada no pueden perdurar. El rumbo que lleva esta sociedad y esta Iglesia no conduce a buen fin. ¿No tenemos ya bastantes tragedias en el mundo y aún queremos más? Si eliminamos a Dios no existe nada, solo Lucifer, el Príncipe de este mundo.
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