El premio Nobel de Literatura 2024 le fue concedido a Han Kang, una escritora surcoreana. No por desconocimiento masivo de su obra en algunos países, sin merecimiento al premio más jugoso en dinero y prestigioso en las Letras, a cargo de la célebre Academia de Estocolmo. Si bien todavía no me hice de sus textos que, seguramente, están al llegar a Argentina y leeré con gusto, mi primera impresión después de haber leído sus antecedentes, es que una escritora que se dedica a cuento, novela y poesía, exhibe de por sí una maestría no tan común entre literatos. Es difícil encontrar, en efecto, eximios poetas que igualen su talento cuando incursionan en novela o en cuentoy viceversa.
Según leo en los periódicos, Han Kang aborda temas como los traumas de la época que, incluso la cultura (surcoreana), deja impresos en el cuerpo. Se dice que “el cuerpo habla”. Quien narra esta verdad, valiéndose de la imagen del dolor físico como alegoría de su ámbito político y social, es digna de despertar curiosidad y tempranas lecturas, lo que cuando menos me sucede a mí.
El sufrimiento, a diferencia de esasdiatribas de lugarcomún, es siempre individual, aunque lo comparta una sociedad humanista (el llamado “otro”). No remedian el dolor subjetivo, las convicciones colectivasen sí mismas.Las palabras no siempre transforman…
En mi país, se utilizó en las redes esta noticia del Premio Nobel, diciendo (confundiendo o aclarando) la biografía de la premiada, sobre la base de los clásicos mensajes dispuestos a reverberar emociones de sendo color político. En esta oportunidad para continuar el debate sobre la Universidad pública, que se cerró (en lo real) con el veto del poder ejecutivo, confirmado por el Congreso, que no alcanzó la mayoría necesaria para insistir en su inicial proyecto de ley, que, desde luego, no desfinanciaba la educación superior.
Así, advertir, por ejemplo, que es la traductora de los libros de Kang la favorecida por nuestra Alta Casa de estudios y no, la traducida, con alusión al debate generado respecto del franco desfinanciamiento de la educación pública, demuestra en esta ocasión, una supina mala educación: los textos de la escritora premiada deberían ser los debatidos o comentados, previa lectura, en vez de andar metiéndose en el suceso como aquellos niños que se suben, orgullosos, a las tarimas o escenarios de sus padres en una suerte de tácita declaración “son mis papás, los premiados”… En el caso, “¿ven, estudió o estudiaron en Argentina?”.
Ignoro si otras naciones buscan siempre su identidad entodo tipo de premiaciones con el fervor de los porteños y bonaerenses. Sin embargo, habría que recordar que así como no deberíamos idealizar el Premio Nobel, añorado por todos los que escribimos, hay sendos motivos para tomar con pinzas la excelencia en los gustos y estilo de la Academia sueca: ni Jorge Luis Borges ni James Joyce, por ejemplo, lo obtuvieron.
Y, tampoco, es cuestión, a mi juicio, de andar buscando identidad y marcadores discursivos donde no los hay. ¿Qué tiene que ver el flamante premio de la escritora surcoreana con la Universidad pública argentina? (Para los habituales intervinientes en las redes: me gradué y me doctoré, de muy joven, en la Universidad Nacional de Buenos Aires, lo agradezco, orgullosa y profundamente).
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