Se acercan dos fechas de suma importancia, totalmente olvidadas en esta sociedad pagana y desacralizada: Día uno de noviembre, festividad de Todos los Santos, y día dos, de los Fieles Difuntos. Y hasta aquí hemos llegado; es la hora de la muerte. Se acabaron la parafernalia, el banqueteo, las juergas y demás placeres sexuales y abominables que se han establecido como normales en esta sociedad. Todo ser humano tiene que morir, y su destino es la Vida Eterna con Dios o su condenación eterna. Aquí la sentencia es definitiva: cada persona que fallece tiene que rendir cuentas ante Dios, y no hay apelación. La sentencia la pronuncia el mismo Dios, y es definitiva.
Esto, mirándolo desde un sentido humano, es razonable; no va a tener el mismo destino la persona que ha vivido banqueteando a costa de esclavizar y explotar a los demás, que el pobre abandonado y sufriente cuya única esperanza era su confianza en que, después de muerto, gozaría de la Vida Eterna. Esto que antes, en la Iglesia Católica, se denominaba "Los Novísimos: muerte, juicio, infierno y gloria", nos puede ayudar a examinar qué camino y a qué fin nos lleva nuestra vida.
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