Frente a las piedras, la mano franca y el aguante. Frente a los improperios, paciencia de santo y talante de hierro.
Ahí estaban Felipe y Letizia, el día 3 de Noviembre, tan juntos como el agua y el barro, sin ceder terreno, plantados en medio de una catástrofe que ha roto récords y esperanzas.
Es cierto que Pedro Sánchez, siguiendo el “protocolo de seguridad”, se retiró del fragor de Paiporta, donde la multitud se congregó con los nervios desbocados y las bocas llenas de lodo y acusaciones. Se retiró, apaleado por cierto y habiendo oído el “fuera, fuera” y “asesino, asesino” de los vecinos y colaboradores inmersos en aquel desastre. Entienden los vecinos que hablar de alerta naranja dejando las competencias a la administración autonómica y no considerándola alerta roja, cuando las competencias tenían que haber sido nacionales, los hundió en la miseria, si no para siempre, sí para mucho tiempo y algunos, muchos, demasiados, no lo contarán ya, pero quedan sus dolientes que hablan por ellos.
Pero el Rey y la Reina, no lo dudaron, permanecieron, limpiándose el fango de los hombros y la cara, con una templanza a prueba de temporales, han escuchado con resignación y con respeto, con cariño y se han abrazado con los atormentados vecinos que suplicaban ayuda pues no solo se han quedado muchos de ellos sin nada, es que no tienen medios para combatir lo que se les ha venido encima y necesitan a las fuerzas del Estado.
Me sobrecoge todo el desastre, pero en medio de ello una voz pidiendo socorro, pero con respeto y resignación: “Por favor Felipe, haz lo que puedas”, dijo un caballero a su rey.
Otros hombres, además del corazón roto por su tragedia, tenían la pena de ver a la reina llorando, sin poder ella hacer más de lo posible y no se atrevían a abrazar a la muchacha, una mujer joven ante la que recortaban su sentimiento de reconocimiento, respeto y ternura por la esposa del rey, una mujer joven y fuerte que acompañó a su marido y a su pueblo, dando lo que pudo dar de sí; y eso es de agradecer mucho. Algunos así lo entendieron, a otros les pudo el enfado y perdieron los papeles, porque los reyes los habían visitado para solidarizarse con ellos, para abrazarlos a todos sin brazos, con su poder, con su bondad, tomando las riendas del timón descontrolado por la ira de la naturaleza.
La Corona ha recibido algo más que aplausos y sonrisas; en lugar de gratitud, muchos se expresaron con una lluvia de rabia contenida, aunque no siempre, pero que no iba en realidad dirigida hacia la Corona, sino contra el jefe del Gobierno que los vecinos quieren sacar de la presidencia visto lo visto.
Los valencianos están heridos, la pérdida duele, duelen los desaparecidos, los muertos independientemente de la especie a la que pertenezcan, duelen las pérdidas materiales, duele la soledad del que ve cómo la vida se le inunda sin ayuda a la vista. La ayuda prestada no es suficiente, no llega a todas partes a un tiempo, pero hay que tener también en cuenta que las fuerzas del Estado no son el mago de la lámpara de Aladino, las fuerzas tienes sus limitaciones y están dirigidas por humanos, que lo son tanto, como los vecinos que sufren semejante tragedia.
El Rey ha venido a ofrecer empatía y ayuda, algo que en días de pérdidas no se despacha en tiendas ni en discursos, se personó y estoy segura de que los reyes hubieran cogido ellos mismos una pala para quitar barro si la seguridad no lo hubiese impedido. Hemos visto a Doña Sofía quitar basura de las playas, seguro que su hijo y su nuera hubieran retirado barro con los vecinos, pero tenían la misión de controlar el desastre, vimos al rey, como jefe de Estado, dando instrucciones, alentando a vecinos y a dirigentes, es lo que hace un rey, estar al frente y mirar por su pueblo, así lo ha hecho la Corona española a través de la Historia y eso es mucho tiempo, ahora no iba a ser menos.
Desde hace un siglo no llovía así, un diluvio tan violento y devastador cayendo sobre una comarca ya desolada. Europa entera se duele y llora a los muertos valencianos y los reyes de Reino Unido, Países Bajos, Marruecos…, envían sus condolencias. Mientras tanto, las redes sociales bullen de mensajes incendiarios con el bulo al “rojo” vivo y la retórica populista y escandalosa que trata de ganar adeptos entre el pueblo furioso y golpeado, eso es juego sucio y nunca mejor dicho.
Carlos Mazón soportó también gritos, insultos de la muchedumbre desbordada que reclamaba, gritaba, ayuda, pero en sus manos tiene el poder para actuar contra una alerta naranja y esta se pasa de roja de más. Mientras, Felipe junto a Letizia, nuestros reyes, escuchaban con una entereza a toda prueba. Abrazaron a los vecinos, se hicieron uno con ellos, lloraron con ellos. Felipe, el Capitán General de las fuerzas de Tierra, Mar y Aire, aguantó de pie, sin sombrero, sin escudo, pidiendo que le retiraran los paraguas, escuchando con paciencia las quejas de los vecinos que le participaban los días de abandono en que el Estado los tenía porque lo que se hacía no era suficiente y pedían más por pura necesidad.
En esas largas horas de pie, con barro en los zapatos y respeto en la mirada, el rey Felipe hacía comprender a los vecinos que se estaba haciendo y se iba a hacer todo lo humanamente posible, pero en semejantes condiciones no es posible mayor agilidad, mayor movilización de los efectivos dispuestos ya para la ayuda, el temporal ha dejado aisladas localidades enteras, borrado puentes y carreteras, dejando incomunicada la comarca como un islote de tragedia. Aun así, los Reyes han estado allí, codo a codo con el pueblo, con estoicismo a prueba de palabras y de barro, sin paraguas, sin muralla, aguantando la embestida, dando la mano a la gente en el más amplio sentido de la palabra.
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