Ayer me encontré a Adrián en el club de montañeros. Ardián es un galés que vive en Zaragoza desde hace años y es también aficionado a la montaña. Al salir a la calle, nos sentamos en un bar para echar unas cervezas mientras le contaba mi última aventura. Le dije así:” Al bajar del autobús en Escuer, un aroma a tierra mojada me invadió de agradables sensaciones. Después de saborear un aromático café, partimos desde la parroquia de San Bartolomé. Del bosque emanaba un vaho misterioso. Cruzamos el bullicioso barranco de Escuer. Penetramos en la frondosidad ignota hasta alcanzar el antiguo pueblo del que aún sobrevive la Torraza, fortificación del siglo XV que defendía el valle del Gállego. Después de visitarlo y aspirar el profundo efluvio a moho que despedía sus paredes, seguimos subiendo por una arboleda de la que manaba un dulce perfume a madera. Continuamos subiendo y a nuestra izquierda, un humilde cartel nos indicaba a Juan de Fabo. Ascendiendo bajo la frondosidad pujante del hayedo, íbamos aserrando tramos del sendero hasta atracar en la Plana Vaqueriza. Desde aquí, acometimos la subida al Puntal del Pueyo (1622 m), por un fragante fabar (hayedo). Volvimos a la Plana Vaqueriza para continuar el descenso por trochas y trechos marchitos. En ocasiones, cercenando los tramos hasta estrechar la mano derecha de Yosa de Sobremonte que, toda ella olía a carne a la brasa. Allí nos atrincheramos en el estrecho pecho de la GR 15. Como una saeta atravesamos la villa y traspasamos el tristemente famoso barranco de Arás. Al que atrapamos por un tramo y, zapateando con él, aterrizamos en el camping de las Nieves. Desde el que regresamos a Escuer”. Después de contarle todo esto, Adrián y yo nos despedimos hasta el domingo que viene que iremos a los Estrechos de Arnes en la Terra Alta (Cataluña).
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