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El auge del feminismo inquisitorial

Miguel Massanet
Miguel Massanet
lunes, 4 de enero de 2010, 06:42 h (CET)
Es obvio que, desde la entrada de lo socialistas en el Gobierno, hay algunos colectivos que han encontrado la forma de progresar en sus reivindicaciones, de imponer sus criterios y de conseguir de la Administración, siempre pendiente de las encuestas de intención de voto, concesiones y prebendas que, probablemente, ni en sus más optimistas sueños hubieran nunca pensado poder conseguir con tanta rapidez, amplitud y facilidad. Tenemos los ejemplos de los homosexuales y lesbianas, que han alcanzado la cúspide de su reconocimiento como grupo social, equiparable, si no más favorecido, al de los heterosexuales; tenemos en puertas el tema del aborto que, en un avance insólito de elipsis temporal, va a pasar de ser un delito recogido en el Código Penal, a constituir un derecho de las mujeres; también hemos pasado, sin solución de continuidad, de las peticiones de igualdad, formuladas por los grupos feministas que solicitaban paridad de condiciones, los mismos derechos y retribuciones equivalentes a las que gozaban los varones; a dar una vuelta de tuerca más, que nos ha conducido a una nueva situación, no prevista por cierto en la Constitución y que, sólo las alambicadas ingenierías legales de algunos juristas, poco escrupulosos con la hermenéutica constitucional, han conseguido encajar en una, más que dudosa y muy discutible, legalidad. Sí, porque las presiones feministas no dejaron de insistir sobre el Gobierno del señor ZP, hasta que consiguieron esta fórmula especial, por la que se exige que la pretendida igualdad de capacidades entre ambos sexos, ceda a favor de una modalidad más elaborada, más “positiva” para el sexo femenino y menos comprensible para el masculino, consistente en los famosos cupos igualitarios.

El cupo vino a hacer saltar todas las alarmas. El término “igualdad” resultó ser, para nuestro Gobierno, algo maleable, convertible, opinable y, por supuesto, susceptible de todas las interpretaciones que se le quisieran dar, siempre que, naturalmente, redundaran a favor del sexo femenino. La explicación: la tradicional desigualdad de las mujeres a través de los siglos debería se compensada con privilegios a su favor. Ya no bastaba alcanzar la equiparación hombre – mujer, basada en igualdad de conocimientos, igualdad de preparación, igualdad de oportunidades, igualdad de condiciones físicas e igualdad de inteligencia, sino que era preciso establecer un “plus” revanchista a favor de aquel género que consideró haber estado perjudicado por los varones durante tantos siglos de “opresión”. ¡Claro que, cuando el hombre primitivo, armado de un útil primitivo, se ocupaba de proveer de caza a la tribu, ninguna mujer rechistaba y quería imitarlo! Evidentemente que, cuando el Rey convocaba a sus mesnadas para ir a morir en las batallas, las matronas permanecían, más o menos incómodas y mal olientes con sus cinturones de castidad, en el refugio de los castillos medievales, bordando o tejiendo primorosos encajes en oro y plata. Hoy en día, en ocasiones, ya cuesta distinguir por su vestuario, por sus modales, por sus poses, por su falta de pudor, por su actitud desafiante y provocativa, a un hombre de una mujer y ya no hablemos cuando entramos en cuestiones relativas a las nuevas modalidades de sexos cambiados, de travestís y de familias homosexuales; donde las sorpresas que uno se puede llevar serían difíciles de clasificar y ordenar debidamente, en un tomo enciclopédico.

Pero lo que es la claudicación, la sumisión incondicional, la cesión gratuita y el reconocimiento palpable de que a las mujeres se les ha de ceder, a partir de ahora, el puesto que anteriormente ocupaba el hombre; sin oponer resistencia y admitiendo que los errores que el sexo masculino ha venido cometiendo, a través de los siglos, no se hubieran producido si las mujeres hubieran llevado la batuta de la civilización; es, en gran parte, culpa de los hombres. Sin embargo, convendría precisar algunos puntos que, quizá, nos sirvieran para aclarar determinadas reacciones, si se quiere salvajes, incivilizadas, desorbitadas y definitivas, con las que el hombre, desesperado y fuera de sí, ha querido acabar con una situación insostenible. Deberíamos intentar analizar las diferencias abismales existentes entre la forma de pensar y actuar de las féminas y los individuos del sexo contrario. Sus diferencias psicológicas.

Por ello, cuando vemos la forma desabrida, desproporcionada, histérica y absolutista como ha reaccionado un determinado colectivo de mujeres (veinte organizaciones de mujeres de toda España), contra las manifestaciones de un juez que opina que también las mujeres maltratan a los hombres y que la ley de Violencia de Género es, sin duda, discriminatoria para los hombres, deberíamos meditar Nos cuesta entender como, estas mujeres, pueden negar que, aparte del maltrato físico de la mujer al hombre, más común de lo que se piensa – pero que no se denuncia por la humillación que ello representa para el varón –, existe otra clase de maltrato menos aparente, más efectivo, más estresante, más sostenido y más traumatizante, que la mujeres saben administrar, como nadie, a pequeñas dosis de letales efectos. Se trata del maltrato psicológico; la gota de agua constante sobre la misma zona del ego marital; las pequeñas maldades; las repetitivas descalificaciones y las burlas sostenidas sobre su pareja que no duda en aplicar, si cabe, en público, ante sus amistades, donde más puede doler y ofender. Señores, no quiero justificar ningún acción de agresión contra mujeres, pero que nadie me niegue, ni los propios magistrados del CGPJ que, el arte de las mujeres para aplicar esta suerte de violencia todavía no ha sido igualado en cuanto a eficacia, rotundidad, suplicio y exasperación a ninguna otra clase de castigo físico.

Es cierto que hay hombres pusilánimes que se dejan dominar pos sus compañeras. Es cierto, señora Montalbán, que también hay mujeres que agreden a sus hombres y que son agredidas por ellos, pero, y de esto parece que se ha olvidado usted, también es cierto que muchas de estas acciones dramáticas y extremas, cometidas por los hombres contra sus mujeres, vienen precedidas de un mal trato psíquico por parte de su pareja; de un chantaje anímico persistente y desmoralizante; de la ventaja que les proporciona a las mujeres un sexo pasivo ante el hecho evidente de que el varón debe demostrar siempre su potencia sexual y, si no puede o no lo hace con la frecuencia solicitada, se convierte en un inmejorable blanco de burlas de su compañera.. No señoras, ustedes no quieren la igualdad, ustedes quieren derrotar a los hombres, ustedes no quieren justicia ustedes pretenden poner a la justicia a su servicio, como ocurre con el ignominioso caso del aborto. Ustedes son las que pretenden, en muchos casos, destruir la familia tradicional para poder campar por sus respectos y para ello, aparte de buscar acabar con la moral tradicional, apuntándose al mismo libertinaje que han venido criticando secularmente a los hombres – siempre con la colaboración de las mujeres –, ahora no quieren dar cuartel a cualquier persona que, en uso de su libertad de expresión, se atreva a poner en duda la lógica y legalidad de algunas de sus “conquistas”, logradas gracias a un Gobierno débil, amoral, incompetente y que no ha sabido o no ha querido, poner coto a excesos que son los que están dando lugar a que, España, se haya convertido en un país ingobernable, donde cada sector se quiere alzar con su parcela de poder y donde las formas, las buenas costumbres, la decencia y el sentido común son puestos, cada día en entredicho por personas a las que se les ha subido a la cabeza su ego femenino. La Justicia no va bien en España, pero ello no es óbice para que se la deje actuar sin presiones. Las mujeres, como los hombres, no deben pretendes ser la excepción.

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