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Etiquetas | Rey | Juan Carlos I | Exilio | Abu Dabi | Borbones

​El rey exiliado… supuestamente

Desde agosto de 2020, Juan Carlos I pasea por una exclusiva villa de la isla de Nurai, en Abu Dabi
Vicente Manjón Guinea
viernes, 29 de noviembre de 2024, 10:11 h (CET)

El 3 de agosto de 2020, se emitía un comunicado desde la Casa de Su Majestad el Rey donde Don Juan Carlos venía a decir, entre otras cosas, a su querido hijo Felipe lo siguiente:


«Hace un año te expresé mi voluntad y deseo de dejar de desarrollar actividades institucionales. Ahora, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España».


Isla de Nurai

Isla de Nurai, en Abu Dabi


Desde entonces, sin olvidarse, claro está, de su servicio a España y a la democracia, el rey emérito pasea por una exclusiva villa de la isla de Nurai, en Abu Dabi, Emiratos Árabes, con más de mil metros cuadrados construidos y cuatro mil de parcela a su disposición. Lugar de retiro y sosiego que suelen inspirar las vistas al mar del «Golfo» Pérsico.


Igualmente, desde entonces, oigo a algún que otro tertuliano palmero en televisión volcarse en adular las buenas acciones del rey emérito y en ocultar o minimizar aquellas de dudosa moralidad y ética. En ese momento de inspiración patriótica veo como se les llena la boca de indignación y reprochan que nuestro digno y egregio rey tenga que estar exiliado.


Tal y como rezo al inicio de este artículo, en el que pincelaré el rancio abolengo de la dinastía de los Borbones, es muy acertado usar el recurso periodístico del supuestamente. Según la RAE, en cuanto a su acepción, sirva dicho recurso informativo para indicar que nos referimos a algo considerado real o verdadero sin la seguridad de que lo sea. Hete aquí la vía de escape de los siempre avispados medios de información, y por tanto los cimientos del presente artículo.


Borbones

Borbones


Por eso, y siempre desde el supuesto de lo que recogen los libros de historia, los Borbones tienen una supuesta característica que los acompaña a lo largo de los siglos: el follar y el vivir bien. Sus dos máximas y, en algunos casos, únicas preocupaciones.


Tanto es así que echando la vista atrás nos encontraremos con Felipe V, el primer Borbón, nacido en Versalles y llamado «el animoso». Puede que este primer apodo tuviera que ver con su obsesión por el sexo, pero aquel ímpetu terminó derivando en cierta demencia melancólica, en un trastorno bipolar que le llevaba a pasearse con el camisón de su mujer por los pasillos del Palacio Real e ir defecando por cada uno de los rincones al creerse una rana.


Del «animoso» pasamos al «prudente»: Fernando VI, quién entre sus juiciosos dictámenes firmó la prohibición de la masonería y la persecución y exterminio de los gitanos del reino. Cuentan los historiadores que, tras el fallecimiento de la reina, por fiebre altas, Fernando VI derivó hacia un alto grado de locura. Bailaba en camisón y fingía ser un fantasma después de administrarse una buena dosis de opiáceos que le incitaban a mordisquear a sus subordinados.


Cuadro Goya Retrato de Familia Carlos VI

Retrato de la familia real de Carlos IV. Obra de Francisco de Goya


Pero sería Francisco de Goya, en 1800, quién con asombrosa maestría hizo un retrato de la familia real de Carlos IV. Goya se sitúa en el lienzo y se coloca detrás de dicha familia, como si frente a ellos hubiera colocado un enorme espejo y elaborara el cuadro permitiendo a sus modelos juzgarse a sí mismos. Una implacable visión goyesca en la que se puede observar a toda la familia real y su… dignidad. Vemos al monarca reinante destacando, para algunos, su carácter bondadoso y sereno… para otros, su aspecto de panza henchida, mofletudo de buen comer, incompetente y cornudo dependiente de su esposa y prima María Luisa de Borbón-Parma. Mujer de mirada aviesa, avarienta y de depravada lujuria sexual, como bien atestiguó su amante, el Secretario de Estado Manuel Godoy, apodado AJIPEDOBES (se aconseja leer de derecha a izquierda). Ni que decir tiene que, en ese afán por vivir bien con el esfuerzo de los demás, el mofletudo monarca, al sentirse amenazado, cedió los derechos de la corona española a Napoleón por la modesta suma de treinta millones de reales anuales. Ese era el precio de su patriotismo.


Y de ahí pasamos «al deseado», Fernando VII, y cuyo apodo terminó por convertirse en «el rey felón». Uno de los más detestables monarcas de nuestra historia. Un tipo que decidió convertir las universidades en escuelas de tauromaquia. Un tipo de una verga descomunal que fue descrito por un escritor francés, tras contemplarlo, como «fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además tan largo como un taco de billar». Tanto es así, que, en ese afán por la fornicación, dicen las malas lenguas que debía agujerear un cojín antes de introducirle la verga a cualquier dama para evitar partirla en dos.


Dado que la exigencia periodística obliga de una cierta contención en la extensión daremos un salto de trampolín en la saga hasta llegar a Alfonso XIII, llamado «el africano». El rey destronado por alta traición. El rey al que apartó, sin miramiento, la llegada de una entusiasmada II República. Otro rey que pasó su exilio alojado en hoteles de lujo de diferentes ciudades europeas. Sin problema, ya que previamente se había preocupado de poder pagar sus gastos futuros gracias al dinero depositado en cuentas bancarias suizas e inglesas. Un tipo de frac y sombrero de copa que paseaba su exilio por las calles de Roma y que proponía a Mussolini «un eventual golpe de Estado que se produjera en España para restaurar la Monarquía». Pero quizá lo más llamativo de este tipo de pelo engominado y mirada de cordero insolente fuera su desmedida afición al cine porno. Tanto es así que se convirtió en el primer productor de cine X español, con el nombre de, como no podía ser de otra manera, ROYAL FILMS. Para la proyección de las grabaciones mandó habilitar en el Palacio Real una sala exclusiva a la que invitaba a sus viciosos amigos, y así, todos juntos se excitaran con los argumentos y guiones que elaboraba el mismo Alfonso XIII.


Resulta pues, que, a nuestro rey emérito, Juan Carlos I el exiliado, le empiezan a salir supuestas habladurías sobre amores varios pagados con supuestos fondos reservados con la intención de ocultar las numerosas aventuras de fornicio que pudiera haber ido acumulando durante su reinado. ¡Bárbaro! Un verdadero domador de leones, tanto como aguerrido cazador de elefantes. Un tipo campechano al que le gusta navegar en su «bribón», que se exilia por voluntad propia, a todo lujo, en Abu Dabi y al que no se le pone por montera hacer una Fundación para dejar en herencia, a su estirpe, el dinero que, supuestamente ha ganado con su esfuerzo y su trabajo, con su íntegra dedicación a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico. ¡Ahí es ná!


Por eso, cuando veo a tanto parlanchín embaucador que sale en televisión hablando del duro exilio de su Majestad me viene al recuerdo la triste huida de Stefan Zweig. Despojado de todo en la Alemania nazi por haber nacido en el seno de una familia judía acomodada. Escritor de libros prohibidos en su propia Austria natal. Intelectual comprometido con la integridad y temeroso del futuro de Europa en manos del nazismo. Un honrado escritor que tuvo que huir a Petrópolis (Brasil), para ser encontrado en la cama, abrazado junto a su mujer, con dos vasos de veneno sobre la mesilla de noche y cuarto cartas a sus más preciados amigos, donde manifestaba haber perdido cualquier esperanza de futuro.


Sí. Cuando oigo mencionar la palabra exilio, una imagen se dibuja en mi mente. La de un profesor, enfermo y viejo, acompañado de su anciana madre de noventa años y de su hermano José. Una fotografía en la que ese viejo profesor, que atiende al nombre de Antonio Machado, se sienta para descansar y dibuja en la tierra, en el polvo del camino, un jeroglífico enigmático que tiene que ver con lo poco que le queda de vida. Un viaje hacia la frontera francesa y después… después a ninguna parte. Porque nada le queda más que morirse tras haberlo perdido todo. Lo único que le acompaña es el polvo y el lodo del camino como símbolo de su dolor.


Hay quién dice que siempre hay una excepción que confirma la regla. Quién sabe si nuestro monarca Felipe VI, pueda ser esa excepción. Al menos una cosa está clara: al igual que Machado ya ha probado el sabor del polvo y se ha manchado de lodo los pantalones. Esa terrible DANA que arrasó parte de Valencia le ha puesto a prueba. En su mano está el demostrarlo, a pesar de las cortapisas que le pongan sus propios ministros y conselleres. A pesar de su linaje.

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