Ptolemaida de Cirene fue una figura destacada en la filosofía y teoría musical de la antigüedad, una erudita cuya obra 'Principios pitagóricos de la música' aportó un enfoque racional y riguroso al estudio de la armonía y el sonido. Es una de las muchas mujeres de ciencia asociadas con el Pitagorismo, secta conformada por astrólogos, músicos, matemáticos y filósofos.
Vivió, según se cree, en algún punto indeterminado de Cirene, Libia, entre el siglo III a.C. y el primer siglo d.C., una época donde el pensamiento musical y científico convergían en una vibrante exploración de las leyes del universo, en las que la música ocupaba un lugar prominente.
La ciudad griega antigua de Cirene se ubicaba en la actual Libia y era la más importante de las cinco colonias griegas de la región y fue la que dio origen al nombre de Cirenaica, que es usado todavía y se ubica en el valle de Jebel Akhdar.
Cirene, Libia
Aunque los detalles de su vida son escasos, las referencias a su obra se conservan gracias a la exégesis de Porfirio, quien analizó su obra a través de los "Harmónicos" de Tolomeo.
Su origen en Cirene, la misma tierra de otros filósofos como Areta de Cirene y científicos como Eratóstenes, evoca una tradición de saberes que entrelazaba la filosofía, las matemáticas y la música bajo una perspectiva que bebía del pensamiento pitagórico y cirenaico.
En su aproximación a la música, Ptolemaida se alinea con la escuela pitagórica, que subrayaba el papel de la razón en la comprensión de la armonía y su obra en forma de catecismo explora la relación entre el pensamiento racional y la percepción en la teoría musical.
Ptolemaida se adentra en la antigua disputa entre los teóricos racionalistas pitagóricos (canonici) y los seguidores empiristas de Aristóxeno (musici). Sin embargo, lejos de posicionarse en un extremo, ella sugiere una vía intermedia: aboga por una simbiosis en la que percepción y razón se apoyen mutuamente.
Para ella, la percepción sirve de chispa inicial, pero es la razón la que, en última instancia, debe guiar la teoría y depurar cualquier error que la percepción pudiera inducir. En sus escritos, sostiene que ni la razón ni la percepción son suficientes por sí solas para desentrañar los misterios de la música, ya que "la razón precisa puntos de partida en la percepción, pero sin perderse en ella", según decía.
Esta idea queda magistralmente expresada en sus reflexiones sobre Aristóxeno de Tarento, quien a su juicio equilibraba ambas facetas —la experiencia sensorial y la especulación teórica— en su acercamiento a la música.
En cambio, los seguidores más radicales de ambas escuelas, apunta Ptolemaida, cayeron en un excesivo dualismo pues mientras que los pitagóricos de la época se resistían a reconocer la percepción como una herramienta válida para el estudio, algunos de los discípulos de Aristóxeno devaluaban la razón a un papel secundario, a la sombra de la experiencia directa con los instrumentos.
En definitiva, Ptolemaida parece estar llamando a una reconciliación entre dos enfoques, abogando por una postura en la que la percepción sirva de puerta de entrada a la razón, pero en la que esta última pueda elevarse por encima de los sentidos y dictar el curso de la teoría musical, es una científica de la música y el sonido.
Su obra y su pensamiento sugieren una personalidad comprometida tanto con la lógica pura como con la apreciación intuitiva del sonido, un equilibrio nada común en la filosofía musical de su tiempo.
En la colección de semblanzas que hace Gilles Ménage en su Historia de las mujeres filósofas, Ptolemaida de Cirene figura con una descripción fascinante, aunque enigmática. Al parecer, esta teórica no siguió el pitagorismo de manera estricta. Su posición en el mundo antiguo es un caso singular, casi una rareza: se trata de la única mujer teórica de la música de quien han llegado hasta nosotros fragmentos de escritos propios. Ménage especula, incluso, que pudo haber sido contemporánea de la emperatriz Julia Domna, aquella noble siria que impulsó la vida intelectual en Roma, donde mujeres cultas se abrían paso en las artes y el conocimiento, muchas veces inspiradas por su ejemplo.
Del legado de Ptolemaida, nos quedan retazos integrados en el Comentario a la Armónica de Ptolomeo de Porfirio, donde este filósofo neoplatónico recoge fragmentos de la obra titulada Elementos pitagóricos de la música. En estos textos, Ptolemaida establece un panorama de las escuelas musicales antiguas, dividiéndolas en dos grandes corrientes: los musicoi (de orientación aristoxénica) y los kanonikoi (los pitagóricos). Los primeros, seguidores de Aristóxeno, sostenían que el conocimiento musical debía basarse en la percepción directa y sensorial del sonido. En contraste, los pitagóricos, partiendo de un enfoque matemático, buscaban en los números y proporciones la estructura misma de la armonía.
Ptolemaida aborda un tema que no solo es técnico, sino eminentemente filosófico: la tensión entre razón y percepción en el conocimiento musical, el eterno dilema entre lo cuantificable y lo que se experimenta en la sensibilidad humana. Esta tensión entre cuerpo y mente, o entre mundo tangible e ideas abstractas, la sitúa en el corazón de una de las más profundas cuestiones filosóficas de Occidente. Su análisis, por tanto, va mucho más allá de la teoría musical, y resuena con una modernidad que pide un reconocimiento más amplio de su papel en la historia del pensamiento.
A través de estos fragmentos rescatados, podemos entrever el impacto de Ptolemaida y la osadía de su pensamiento en un terreno donde, a pesar de ser mujer, se permitió la libertad de juzgar, comparar, y teorizar sobre las grandes preguntas que la música y su estudio planteaban en el ámbito filosófico. Ptolemaïs o Ptolemaida de Cirene es la única teórica musical de la Antigüedad griega de la que se conservan fragmentos.
La música en la Grecia antigua tenía un papel central en casi todos los aspectos de la vida, un rol que luego se vería reflejado en el mundo romano, el período tardío, y la Edad Media. Era una fuerza omnipresente que acompañaba y ritualizaba la vida cotidiana. Como menciona Arístides Quintiliano, la música se encontraba en cada acto relevante: presidía las ceremonias religiosas y las ofrendas, engrandecía tanto las fiestas privadas como las festividades públicas, e incluso regulaba los ritmos del combate y las marchas militares. Además, servía como un medio para aliviar el cansancio de las labores arduas, como el remo y el trabajo artesanal, y en ciertos pueblos extranjeros, su melodía lograba consolar en los momentos de duelo, disminuyendo la dureza del dolor.
La influencia de la música en la cultura griega se reflejaba también en la reverencia por figuras como Apolo y Orfeo, a quienes se atribuía un dominio casi absoluto de este arte. Apolo era venerado no solo como dios de la música, sino como símbolo de la sabiduría en su expresión musical, y Orfeo, por su parte, representaba la figura mística que podía conmover incluso a las fuerzas de la naturaleza. Ateneo, en sus escritos, destaca esta inclinación de los antiguos griegos por la música, aludiendo a la dedicación de los griegos a la música como una de las mayores expresiones de sabiduría y de cultura. Esta valoración explica por qué numerosos filósofos griegos y romanos se abocaron al estudio de la música, considerando sus efectos y sus principios teóricos como una manera de entender mejor la naturaleza humana y el mundo.
La relación entre música y mujeres en la antigua Grecia se manifiesta en varios contextos, especialmente en los rituales religiosos y ceremoniales dedicados a diversas deidades, donde las mujeres tenían un papel destacado y eran a menudo acompañadas por música y danza. Estos rituales no solo eran una forma de devoción, sino también de expresión artística corporal, como muestran algunas representaciones en la cerámica griega. En numerosos vasos y vasijas, se observan escenas de grupos femeninos participando en actos corales y en danzas rituales, en los cuales se representan acciones como las libaciones, los sacrificios, o celebraciones como las Adonias, un rito exclusivamente femenino, y los festivales en honor a Ártemis o Dionisio.
La música instrumental también tenía un rol preeminente en estas ocasiones. Instrumentos como el aulós y la cítara acompañaban los cantos y las danzas, destacando la integración de la música como un elemento fundamental en los actos rituales. Mujeres instrumentistas solían ejecutar estas melodías, creando un ambiente de ritmo y armonía en el que el movimiento corporal adquiría un carácter sacro y colectivo. Las festividades dionisíacas, por ejemplo, combinaban la euforia de la danza y la música como ofrenda, resaltando el valor de la expresión corporal y sonora como elementos que trascendían lo meramente ceremonial para integrarse en la vivencia espiritual de la comunidad.
En conjunto, estos escenarios reflejan cómo las mujeres no solo participaban en la música, sino que también desempeñaban un rol activo en las prácticas religiosas y sociales, utilizando el arte sonoro y corporal como un medio de conexión con lo divino y como expresión de identidad cultural.
Los pitagóricos, a decir de Moderato de Cádiz, cultivaron la música con un celo extraordinario. Según el filósofo neopitagórico del siglo I, los miembros de esta secta matemática encontraban en la música un reflejo de los misterios del cosmos, y no es poca la importancia que le atribuían como herramienta de armonización del alma. Moderato, que recogió las ideas pitagóricas en once volúmenes—todos lamentablemente perdidos, salvo algunos fragmentos en la Vida de Pitágoras de Porfirio—nos dejó una pincelada de lo que significaba la música en el ámbito de los números y las proporciones universales.
Menage, erudito dedicado al estudio de las filósofas antiguas, menciona a Ptolemaida de Cirene y sitúa su vida en una época incierta. Sin embargo, nos da una pista cronológica, ya que Porfirio vivió bajo el imperio de Aureliano en el siglo III, lo cual empuja la fecha de Ptolemaida hacia atrás en el tiempo, quizás al final de la era helenística. Menage no deja de insinuar una conexión con la emperatriz Julia Domna, quien desde su posición en la corte estimuló a no pocas mujeres a emprender estudios, incluso en disciplinas de intelecto severo y abstracción pura, como la música teórica.
Sin embargo, Menage puntualiza que Ptolemaida no se adhería de manera ortodoxa a los principios pitagóricos, sino que mantenía una relación flexible con la doctrina de los números, empleándola sin alinearse completamente con la escuela. Así, este primer eco de una mujer sumergida en el estudio riguroso de la teoría musical, aunque relegado al olvido durante siglos, marca un hito: no solo nos habla de un interés femenino por la ciencia de los sonidos en tiempos antiguos, sino que rescata a una figura singular que hoy podemos vislumbrar entre sombras y fragmentos.
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