De niño, algunas veces, mi madre, al acostarme, me decía: "Si no te duermes, vienen los fantasmas y te meten en un saco, te llevan a lugares que nadie conoce, te llevan a sitios donde los fantasmas tienen sus subterráneos muy negros, muy negros". En esta época en que nos encontramos, no sé lo que me indicaría mi querida madre. Pero estoy seguro de que me diría que viene el fantasmón.
Aquí, en esta España en que nos encontramos, tenemos a un fantasmón muy taimado que, con marrullería y ayudado por la maestría de un fantasma, está haciendo de su vestimenta un sacrilegio, profanando su ropaje y sus medallas acreditativas. A este fiscal general del Estado tiene abierta una causa por presunto delito de revelación de secretos y difusión de una investigación de fraude fiscal. Entre fantasmones y fantasmas, estamos todos chantados y cubiertos de légamo y, gracias a Dios, tengo que creer que no hay en España sacos suficientes para meternos a todos. Si los hubiera, estoy seguro, y conociendo el percal, nos llevarían a las cuevas que mi santa madre me contaba a la hora de dormir.
Aquí nadie dimite en su cargo, cargo que está supuestamente maniatado y encadenado por otros fantasmas, eso sí, sin cadenas en los pies. Al parecer, y es muy curioso, este personaje solamente puede ser defenestrado por el Consejo de Ministros. Con la Iglesia hemos topado, querido Sancho. En estos momentos acabo de leer un documento de la carta enviada al Senado por García Ortiz, el fantasmón de turno: "Según El Mundo, justificó su ausencia alegando compromisos de agenda como fiscal general...". Dice que acudirá a partir de febrero, sin dar fecha concreta para poder comparecer. Comparecencia que estaba prevista para el 4 de diciembre en la Comisión de Justicia del Senado.
Cuando vi por primera vez a este personaje en la tele, creía que estaba haciendo burla. Me llevé una sorpresa muy grande cuando me enteré de quién era este juez: nada más y nada menos que el fiscal general del Estado del gobierno comunista-socialista de esta España engañada y descalabrada por un poder absolutista. Ni más ni menos. Si antes la diosa ley se vendaba los ojos, ahora se tapa la cara de vergüenza.
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