Estas fiestas navideñas, recién concluidas, nos invitan a mirar con atención al significado profundo de la celebración: el amor que transforma y da sentido a nuestra vida. Más allá de las luces, los regalos y las reuniones familiares, la Navidad conmemora un acontecimiento que cambió la historia de la humanidad: el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que vino al mundo por amor a cada uno de nosotros.
El misterio de Belén nos conmueve y asombra. Ese Niño, humilde y frágil, no es solo un recién nacido, sino el Salvador. Su nombre, Jesús, significa “Dios salva”, y a lo largo de la historia ha sido reconocido con títulos como Cristo (del griego ‘ungido’) y Mesías (del hebreo ‘ungido’). Desde el pesebre hasta la cruz, su vida es un testimonio del amor incondicional de Dios, un amor que respeta nuestra libertad y que no se impone por la fuerza, sino que se ofrece en humildad.
San Pablo nos recuerda que Jesucristo es un signo de contradicción: "predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles". Hoy, como entonces, la lógica del amor y el sacrificio que Jesús nos enseña choca con una sociedad muchas veces centrada en el poder, el placer y el materialismo. Estas fiestas navideñas son una oportunidad para redescubrir esa lógica sobrenatural, donde lo pequeño y lo humilde tienen un valor inmenso.
La Navidad nos llama a vivir el amor en nuestra vida cotidiana: en la familia, en el trabajo, en nuestra relación con los demás. Ese amor, que nace de Dios, nos impulsa a ser sembradores de paz y esperanza, recordando que Jesús no solo nació en Belén, sino que desea nacer cada día en nuestros corazones. Como escribía Lope de Vega en su soneto: «¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ... ¡Cuántas veces el Ángel me decía: Alma, asómate ahora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía!».
El Príncipe de la Paz nos invita a abrirle la puerta, a dejar que su amor transforme nuestra vida. Estas fiestas han sido una ocasión para celebrar, pero también para reflexionar sobre el inmenso regalo de su presencia entre nosotros. Y, aunque el bullicio de la Navidad se apague, su mensaje de amor sigue vivo: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos" (Hb 13, 8). Que su luz nos guíe cada día del nuevo año que comienza.
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