Muchos ciudadanos -tras escuchar las declaraciones de Aldama ante un juez y la réplica airada, pretendidamente irónica, crispada y dictada desde arriba, de los acusados- se preguntan quién dice la verdad, dónde está la verdad y en definitiva, como hizo Pilatos, ¿qué es la verdad? La diferencia está en que Pilatos, no esperaba respuesta ni la quería y los españoles, aunque no se hagan ilusiones en la espera, sí la necesitan y sí la quieren porque, verdad o mentira, está puesta en tela de juicio, la veracidad la honorabilidad y la honradez de quienes les gobiernan.
Claro que en el caso de Sánchez y de casi todos sus ministros, lo de la honorabilidad política, la honradez en la gestión de los asuntos públicos y la defensa de la verdad, no es que deje mucho que desear, es que hay que desearla en su totalidad. Y posiblemente por eso -en cualquier encuesta- los ciudadanos tienden a dar más crédito a lo que dice Aldama, que a lo que dice Sánchez, sobre todo atendiendo a los antecedentes.
Ningún hecho es verdad porque lo diga Aldama. Pero ninguna acusación es falsa porque lo diga Sánchez. Serán los jueces quienes digan qué es la verdad. Pero es muy grave que la credibilidad de un gobernante esté en entredicho y dependiendo de lo que digan los tribunales que han considerado oportuno y jurídicamente necesario, adentrarse en un laberinto tan sucio y en los tejemanejes políticos y económicos de una serie de hombres dedicados a la cosa pública.
El asunto es de extrema gravedad y las cifras malversadas o abiertamente robadas, tenemos el caso del fiscal, son lo suficientemente altas como para obligar a la justicia a una intervención a fondo.
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