‘Es importante asumir nuestra propia historia, solo así podremos aprender a conformar activamente la democracia’. La frase, de Ángela Merkel, es conocida. La dijo al comienzo de una carrera política que la llevó, desde el este alemán a la cancillería de su país y a la vanguardia de Europa. Fue el día uno de octubre del año 1990, en Hamburgo, en un Congreso para celebrar la unión de los grupos cristianodemócratas alemanes. Guerra mundial, tragedia germana. Ruinas personales y de grupos. Dolor. Y como receta para el futuro: Aceptar la historia propia.
Como regalo, para empezar el año, las memorias de Ángela Merkel. Un buen motivo o disculpa para poner distancia a lo que inunda la calle: bulos, fantasías, patrañas, hipérboles y corrupción. En dinero o especies. Como poco. Además, Sánchez y adláteres con idas y venidas ante la justicia; solos o amparados por, allá ellos y no todos ni en todos los casos, fiscales y abogados del Estado. Para enlodazar el ambiente, un orfeón con coros varios de ministros con un runrún oliendo a común, puede que improvisado o entrenado a más de una voz. Entonado a palo seco u orquestados al son de cualquier gaita. Vicepresidentas y ministros convertidos en una especie de portaalgo vocal, próximo a un guirigay en el que caben bufidos, berridos, bramidos, rugidos, gruñidos, barritos y el mal rollo que suena entre algunos políticos (no todos).
Por si fuera poco, no bastaba con tener en la picota al Fiscal General del Estado, al Presidente del Gobierno con familiares y amigos, y al temor a una convicción social próxima al esperpento. Por eso, dicen los indulgentes, podía ser útil sacar y airear el recuerdo de Franco muerto. Un intento, además de feo, peligroso. Por dos motivos, a cuál más duro. Uno etimológico, porque recordar implica volver a re-cordar, o repasar por el corazón, a Franco; lo que significa en la memoria y conciencia colectiva; y el trastorno y daños en los sentimientos que pueden nacer y avivarse tras los años. Y otro histórico, porque la historia, se cuente como se cuente, es la que es: Franco acabó una guerra civil, dirigió España cuarenta años, murió en su cama y es historia.
Como llegados a este momento, reescribir la historia solo interesa a los que pueden buscar un acomodo mejor del que tienen, o creen tener, para el resto es una cuestión tan distinta que para presentarla se ha buscado un ardid en el que conjugar una felicidad impuesta por un muerto y la llegada de la libertad con la democracia que tenemos. Mas, por veraz, hay que añadir algo: Aunque, para alguien pueda ser agradable festejar muertos, para el resto es mezquino hacerlo, mucho peor con años de retraso. La democracia es fruto del concierto entre españoles, no de una izquierda que fue inoperante durante mucho tiempo. Las fechas no cuadran porque la Constitución de 1978, que define la sociedad demócrata, llegó después de muerto Franco. Si no los únicos, los principales beneficiados por los actos que se programan son los que buscan la fricción entre las figuras de Franco y Sánchez. No es Franco ni quienes rinden culto a su memoria los que mezclan franquismo con sanchismo.
En consecuencia, en un estado distinto al que vivió Alemania cuando Ángela Merkel empezó su carrera política, ante el futuro, merece la pena repasar lo que ella dijo en Hamburgo, en un Congreso para celebrar la unión de los grupos cristianodemócratas alemanes: ‘Es importante asumir nuestra propia historia, solo así podremos aprender a conformar activamente la democracia’.
Franco está muerto y enterrado. Sánchez no ha muerto y es mortal. Sabiéndolo, al empezar el año 2025, no se trata de ellos ni ver qué beneficios busca sacar nadie con ellos al alimón o separados. Lo que importa es el proyecto de futuro para España. Ahí sí que hay que echar cuartos a espadas, oros, bastos y copas.
De momento, son divertidas e interesan las Memorias de Ángela Merkel, entre otros motivos, para ver en cualquier situación y momento cómo aprender a conformar activamente la democracia. También para aceptar, separados entre ellos y patrióticamente lejos, a Franco y Sánchez en la historia.
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