Al plantearse las elaboración de la nueva Constitución se corría el riesgo de que la Constitución del 78 volviera a ser, como la mayoría de las de los siglos XIX y XX, una constitución que representara solo a una parte de España. Se corría el riesgo de dejar fuera a más de la mitad de los votantes.
Los socialistas se lo hicieron ver a Adolfo Suárez. Y el entonces presidente del Gobierno encargó a su hombre de máxima confianza, Fernando Abril Martorell, que negociara con Alfonso Guerra el texto constitucional. Así lo hicieron durante semanas en un proceso paciente que les llevaba noches enteras. Los dos representaban al 74 por ciento de los votos. Sin esta voluntad de acuerdo, que iba más allá de la aritmética parlamentaria, muchos aspectos que habían dividido a los españoles durante mucho tiempo, como la regulación de la libertad religiosa o el derecho a la educación, no se hubieran resuelto con un amplio acuerdo. Es lo que tenemos y nos ha mantenido unidos durante estos 46 años.
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