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​Gaza resort

El señor de flequillo injertado, en una de sus iluminadas ideas, ha decidido expulsar a las hormigas a base de escobazos hacia ambos lados, hacia Egipto y hacia Jordania
Vicente Manjón Guinea
lunes, 17 de febrero de 2025, 11:01 h (CET)

Hay pueblos que están condenados a vagar por el mundo sin un lugar donde poder asentarse. Son pueblos convertidos en nómadas porque así lo han decidido las grandes potencias colonialistas e imperialistas que dominan el mundo.


Al recuerdo me vienen los kurdos, un pueblo de más de treinta millones de personas repartidas entre Turquía, Irán, Irak, y Siria, sin la posibilidad de tener un estado propio. Son pueblos que han sufrido genocidios, represiones y persecuciones con el único fin de aniquilarlos a ellos y a su cultura.

Ciudadanos como los tártaros de Crimea que, primero fueron perseguidos por el Imperio Ruso y luego por el cruento Stalin, quién los deportó en masa en 1944. Incluso los saharauis que, tras la retirada de España en 1975, fueron forzados al exilio a Argelia por el rey de Marruecos y ahora abandonados a su suerte bajo el inflexible poder de la dinastía alauita. Probablemente de estas cuestiones de éxodos y persecuciones sea bastante conocedor el pueblo judío, al que siempre he respetado y tenido en consideración, sobre todo por el dolor sufrido a consecuencia de un loco como fue Hitler.


Pero, quizá, lo que hoy día más insólito resulte, sea, no ya la aniquilación de más de cuarenta mil palestinos en la franja de Gaza, ahogados por las bombas como insectos en el interior de un hormiguero que se derrumba bajo escombros. Sino que lo verdaderamente vejatorio e insultante, es que uno de esos señores imperialistas haya decidido barrer para siempre a aquellas hormigas que buscan desesperadamente la desaparecida entrada de su casa, enterrada tras los continuos bombardeos.


El señor de flequillo injertado, en una de sus iluminadas ideas, ha decidido expulsar a las hormigas a base de escobazos hacia ambos lados, hacia Egipto y hacia Jordania.


Y todo porque ha tenido una gran idea. Después de haber estrechado la mano de Elon Musk, o de alguno de sus jefes de gabinete, el flequillo de Trump se ha aventado por el impulso eléctrico generado en su cerebro de celdas de ion y litio. Y en esta ocasión se ha orientado, no ya hacia el oeste, como tanto le gusta, sino hacia el este. Hacia la preciosa ribera de las aguas del Mediterráneo. Con siglos de historia, de cultura y de civilizaciones.


Es el momento, se ha dicho a sí mismo, el iluminado frente al espejo. Es su particular Solución Final. ¿Les suena de algo? Y todo gracias a que un tipo que ha olvidado su propio pasado se lo ha puesto a huevo: Benjamín Netanyahu. Un líder, judío secular, con el mismo corte que Vladimir Putin, con un pasado educado en las inflexibles doctrinas del ejército y del espionaje. Un hombre nacido para matar, como en las películas de Chuck Norris.


MISERIA


Ahora es el momento, ha pensado Donald Trump. El emperador de las luces y las sombras del nuevo orden mundial. Hay que borrar de un plumazo a más de dos millones de «ratas» que caminan bajo los escombros de una franja arrasada, en busca de un poco de agua y de un mísero pedazo de pan. Porque eso es lo que, al gran dirigente norteamericano, el tío Tom, es lo que le deben parecer los dos millones de personas que vagan como almas en pena, con la única intención de sobrevivir a un genocidio. Ratas. No humanos, sino ratas que infectan un lugar con salida al mar Mediterráneo que podría convertirse, ni más ni menos, en un maravilloso resort para gente de buen vivir. Un lugar idílico bañado por las playas que se tiñen de naranja al atardecer. No del rojo de la sangre de miles de muertos. Eso rápidamente se puede hacer desaparecer con miles de excavadoras, retroexcavadoras y bulldozers. Es ponerse manos a la obra.


Nuestro iluminado personaje, incluso, ha pensado en el nombre de su nueva inversión inmobiliaria. Algo así como Mar-a-Gaza, o quizá Gaza-a-Lago, haciendo alusión a su conocido emporio en Florida, rodeado de exclusivos clubes privados, residencias de lujo y campos de golf.


Hay que poner a funcionar al gabinete de la Casablanca para, por su propio bien, expulsar lo más rápidamente posible a todas aquellas mujeres, ancianos y niños que se mueven entre los escombros como ratas en busca de alimentos. Hay que barrerlos hacia Egipto y Jordania, con dinero por delante o, mejor aún, con amenazas, en el caso de que estos países limítrofes no estén de acuerdo.


Putin y trump


No hay que perder tiempo. Y para ello es necesario hablar con otro de los grandes iluminados de nuestro siglo: Vladimir Putin. La cuestión es fácil. La repartición de Ucrania como una tarta y la imposibilidad de que pueda entrar en la OTAN. De esa manera, el líder ruso, hará como que no ha visto lo que ocurre en un rincón del Mediterráneo. Quién sabe si en un futuro él mismo tendrá ahí su propia residencia de verano, junto a los magnates rusos del petróleo y del gas como Igor Sechin, Alekséi Miller o Timchenko, compartiendo, incluso, e-commerce y los beneficios de la inteligencia artificial con los opulentos empresarios del nuevo mundo: Elon Musk y Jeff Bezos.


Todos juntitos al albor de una cálida brisa mediterránea. Disfrutando de un daiquiri tras haber coincidido en un torneo de golf. En uno de esos enormes campos verdes donde ahora no escasea el agua y cuyo césped crece fuerte gracias a la carne putrefacta de miles de seres humanos, de larvas y lombrices, tan útiles para el abono de la tierra.


Ya no será necesario andar con remilgos ni, como dijo Ariel Sharon, controlar los recursos hídricos de la zona para cortar el paso del caudal de agua por la zona de Gaza. «Si no tienen agua se terminarán yendo». Ya no hará falta ni que se vayan de ahí, porque ellos mismos, los más de cuarenta mil muertos, bombardeados como alimañas, servirán de mantillo y fertilizante para una tierra que, ahora, gracias a los dueños del mundo y de la vida, sí podrá ser fértil y un lujoso lugar de goce y disfrute.


Los otros dos millones de expulsados… a quién le importa.


Aparta ¡No me quites el sol que no me bronceo!

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