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Dislexia narrativa

Se ha apoderado de mí la sensación continua de que me he metido en un universo que no es el mío, como si, de repente, viviera en una falsificación donde todo parece igual, pero la calidad es menor
Manuel Rebollar Barro
martes, 25 de febrero de 2025, 09:40 h (CET)

Últimamente me levanto desajustado, como si, de repente, el mundo en el que me moviera ya no fuera de mi talla, sintiendo la holgura de la existencia por unos parámetros que ya no concuerdan con las medidas de mi conocimiento. Como cuando de pequeño, de un verano para otro, me ponía el bañador que tan bien me quedaba el curso anterior y, doce meses después, me sentía como el increíble Hulk en plena transformación. O como cuando me vestía con la ropa de mis padres y notaba el tamaño de la verdad, comprendiendo que todavía tenía que esperar un tiempo para atrapar la esencia y la figura de aquellos que guiaban mis pasos.


La vida es cambio continuo, y así debe ser. Partimos del universo contado por nuestros padres, que configura nuestra primera manera de percibirlo, al de los amigos, que aportan su cosmos particular para que podamos cotejarlos y ampliar nuestra visión de la realidad. Añadimos luego el del profesorado y sus disciplinas, en las que podemos encontrar un hueco donde aquietar nuestras inseguridades. Por último, introducimos a los adultos del entorno y personajes famosos que nos impactan y el resultado de esa coctelera es, en mayor o menor medida, con mayor o menor precisión, nuestra particular y personal rosa de los vientos de la existencia, que hará que zarpemos rumbo a lo desconocido, emergiendo siempre la singular personalidad de cada cual para manejarse entre todas esas aguas y alcanzar alguna que otra respuesta que sirva para continuar hacia delante. En el trayecto, compartimos nuestros logros con aquellos que mantienen posturas similares a las nuestras y nos regimos –incluso aquellos que surcan otros mares o defienden otras maneras diferentes a la hora de navegar– por unas normas de convivencia pactadas por todos para conservar nuestra ficción más preciada: la sociedad. A lo largo del viaje, hemos ido ajustando la ruta a los contratiempos: escasez de viento, pequeños naufragios, encallamientos, encuentros con piratas, … todos ellos lógicos y esperables y que entran dentro de esto que llamamos vida. Nada nuevo bajo el sol, al menos dentro del sol de nuestra democracia, nacida al arbitrio de Rousseau y su contrato social.


Pero, últimamente, decía, se ha apoderado de mí la sensación continua de que me he metido en un universo que no es el mío, como si, de repente, viviera en una falsificación donde todo parece igual, pero la calidad es menor, una realidad repleta de detalles que la hacen deficiente y donde no se encuentra el sentido común allá donde siempre había estado, como si, ahora, un padre, al competir con su hijo de tres años en una carrera, lo venciese estrepitosamente y lo celebrase orgulloso burlándose de él. Inesperado. O no.


La irrupción de Donald Trump y su caprichosa manera de renombrar el mundo –golfo de América, dictador Zelenski, héroes asaltadores del Capitolio…– quizá tenga algo que ver. O tal vez sea solo un problema de dislexia narrativa pasajera. Ojalá. Aunque lo dudo.

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