“No sucumbas a la tentación”, eso es lo que esperaban todos los que este año han ido a La isla de las tentaciones. Entre lágrimas, abrazos y muchas promesas de amor se despidieron de sus parejas para irse a las diferentes casas donde esperaban sus solteros y solteras para tentarlos.
Sí, no me avergüenza decir que veo La isla de las tentaciones, no siempre se puede estar leyendo a Nietzsche o escribiendo poesía. Por cierto, también tengo videos cómicos en tik tok, fotos en Instagram tomando cervezas y salgo a pasear al perro estilo vagabunda, y ya que estoy reconociendo cosas… me gustan algunas canciones de Bad Bunny y pienso que, aunque Cervantes sea un gran escritor y su obra Don Quijote de la Mancha sea lo más de lo más, me aburren tremendamente sus 1200 páginas.
Lo malo de este mundo hipócrita es que la gente juzga a los demás y se creen superiores e inteligentes por no ver este tipo de cosas, así que en nombre de todos lo que lo vemos; perdonad por esta aberración de programa; intelectuales que únicamente leéis a Shakespeare, escucháis a Beethoven y tomáis el té.
Pero antes de criticar, deberíais mirar al pasado, los instintos humanos han sido iguales en todas las épocas, lo que ocurre es que antes no se veían; podríais analizar a Lord Byron, con su vida escandalosa y sus numerosos romances, sería el protagonista perfecto de un reality, o Beethoven, un genio de la música con un carácter difícil y obsesionado por los amores imposibles. Si él hubiese estado en La Isla de las Tentaciones, sería el concursante que se deja llevar por la ira, esa persona que explota en una hoguera al ver a su pareja con otro y luego escribe una sonata desgarradora para recuperarla.
Miguel de Cervantes pasó años en la cárcel, se endeudó, participó en duelos y hasta fue espía. Estoy segura que se adaptaría a cualquier situación de la Isla, y al final contaría la historia con tanta gracia que todos lo recordarían.
Por otro lado, La isla de las tentaciones no es más que una versión moderna de Mucho ruido y pocas nueces de Shakespeare, donde los participantes son los actores de su propio drama.
Seguro que, si lo pensáis, veréis que existen paralelismos entre los protagonistas y cualquier personaje importante de la historia, pero no, si existen coincidencias es porque, por mucho que nos empeñemos en idealizar a los genios, siguen siendo personas de carne y hueso, con sus instintos, sus celos y sus defectos, y más que nada es porque son humanos. Sí que es cierto que en este mundo hay todo tipo de personas, algunas tienen más sombras y otras más luces, pero es cierto que cuando solo existe el sexo no se sufre, se sufre cuando ha existido amor, claro que, también se sufre con la traición, y ahí llega la venganza junto con la ira, para más tarde dejar paso al arrepentimiento.
Como veis, todo un combo de sentimientos concentrados en poco tiempo y magnificados en el programa por la situación en la que se les pone.
De esta edición me llevo la escena mítica de un Montoya corriendo por la playa hacia la otra villa, y como si fuera una imagen de película, un rayo cayendo al fondo mientras gritaba “me has destrozado”.
Así que sí, me gusta La isla de las tentaciones, no porque crea que es el colmo de la cultura, sino porque en el fondo no es muy diferente de lo que lleva siglos cautivándonos y no es muy distinto de lo que la sociedad lleva haciendo desde siempre. La única diferencia es que ahora lo vemos en directo, con luces de neón y reguetón de fondo.
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