Autores como Jung, Arola o Cirlot nos han hablado de los símbolos en la sociedad a lo largo de la historia y de la necesidad de su importancia para el crecimiento de la civilización, la humanidad y la persona. Hoy sufrimos una grave crisis de valores, donde hemos ido sustituyéndolos por un exacerbado egotismo, cierta deshumanización, la robotización de todo y la cosificación, avanzando hacia un mundo de mero utilitarismo materialista.
La moderna civilización y sus comodidades están bien, pero nunca pueden ser un fin último, como se nos trata de imponer. Antes, por ejemplo, en medicina se hablaba de tomar descanso cuando estabas enfermo; ahora te recetan cinco pastillas, pero a veces ni siquiera recomiendan descanso o reposo obligatorio, etc.
Sinceramente, esta pérdida de referencias simbólicas nos lleva a una desestructuración de la familia y de la sociedad, así como a un mayor índice de soledad y marginación del individuo. Las redes sociales telemáticas, por lo general, no crean puentes reales, sino espejismos. El consumismo exacerbado es un viaje a ninguna parte que nos empobrece cada día más y nos esclaviza.
Necesitamos recuperar los valores desde ya. Las religiones, que los predicaban y predican, en cierto modo son cercenadas y marginadas, y bastantes conceptos del derecho son normas vacías cuando no se aplican los valores. El hombre y su esencia están por encima de las cosas, y no las cosas ni los animales antes que el hombre. Esta debe ser una consecuencia real, pero la sociedad ha transmutado hacia un modelo basado en la desconfianza, el miedo y cierta paranoia colectiva.
Una sociedad con valores necesita menos alarmas, menos policías, menos leyes y menos dirigentes. Así, las personas, como vivían en las antiguas comunidades tradicionales, serían más felices, porque el concepto de autoridad moral y carismática es más importante que una ley seca, dispersa, distante y, a veces, un tanto abstracta y vacía de realidad cotidiana.
Necesitamos recuperar esas referencias simbólicas y sus contenidos de forma práctica e integradora en cada ser humano y en la sociedad en general, como una puerta abierta hacia un mundo más auténtico y libre, sin guerras ni conflictos interculturales o interpersonales, entre otras cuestiones.
Esta es una saeta lanzada al viento a modo de utopía y esperanza, que invito a todas y todos a reflexionar.
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