Desde el arranque de su campaña electoral, Donald Trump dejó claro que la fecundación in vitro (FIV) iba a estar en el centro de su agenda.
No lo dijo una vez ni dos, sino en repetidas ocasiones, proclamando que su administración haría lo necesario para que este tratamiento estuviera al alcance de todos los estadounidenses.
Llegó incluso a autoproclamarse “Padre de la fecundación in vitro” y, el 18 de febrero, firmó una orden ejecutiva para hacer realidad su promesa: menos costos, menos trabas burocráticas y más acceso a la FIV en todo el país.
La Casa Blanca no tardó en anunciarlo a bombo y platillo. La orden, -explicaron-, busca proteger el acceso a la FIV y reducir el coste de los tratamientos, que, dicho sea de paso, no son ninguna broma: entre 12.000 y 25.000 dólares por ciclo. Demasiado para muchas parejas que, según los cálculos de la administración, ven frustrado su deseo de ser padres porque “una de cada siete que lo intentan no pueden concebir”.
Trump lo vendió como una cuestión de justicia y apoyo a las familias: “Reducir las barreras económicas para que el tratamiento sea asequible es la política de mi administración”, dijo.
FIV: una industria de muerte en cifras
Ahora bien, detrás del envoltorio electoralista, las cifras de la FIV en Estados Unidos son escalofriantes. En 2021, al menos 85.000 niños nacieron gracias a esta técnica, pero lo que se oculta detrás de estos números es otra realidad: más de un millón de embriones congelados en laboratorios, a la espera de un destino incierto.
Porque la FIV, digámoslo claro, no es solo una cuestión de traer niños al mundo. Es también un negocio en el que los embriones se seleccionan, se descartan o se destruyen según criterios de calidad, salud genética o incluso preferencias estéticas.
No faltan casos en los que el sexo, el color de ojos o el cabello determinan si un embrión sigue adelante o se convierte en un desecho biológico.
La tasa de destrucción es brutal: de cada 100 embriones creados, solo 7 llegarán a convertirse en un nacimiento. El 93% restante, eliminados, congelados para siempre o utilizados para experimentación. Lila Rose, fundadora de Live Action, no se anduvo con rodeos al denunciarlo:
“Trump acaba de firmar una orden que amplía la FIV. Solo el 7% de los embriones creados darán como resultado un nacimiento vivo. La FIV NO es pro vida”.
El choque con la Iglesia
Pero si alguien no se ha quedado callado ante esta política, ha sido la Iglesia. Apenas dos días antes de la firma, los obispos de Estados Unidos publicaron un documento titulado Una introducción católica a la fertilización in vitro, en el que recuerdan lo que la FIV implica:
- fabricar seres humanos en laboratorios, - congelarlos como si fueran mercancía y, en la mayoría de los casos, - eliminarlos sin miramientos.
En el texto, los obispos
- no solo critican el descarte masivo de embriones, - sino que comparan la congelación con una forma de encarcelamiento injusto.
Además, advierten sobre los métodos usados para recolectar esperma y el hecho de que, en muchas ocasiones, los gametos utilizados ni siquiera provienen de los esposos, lo que introduce un nuevo nivel de complicación moral y ética.
El obispo de Arlington, Michael F. Burbidge, ya había lanzado un aviso directo a Trump en una carta tras su toma de posesión: La familia cristiana, la fecundación in vitro y el testimonio heroico del amor verdadero. Allí expone que por cada niño nacido con FIV hay decenas de millones de hermanos que no lo lograron, víctimas de una técnica que califica de “moralmente injusta”.
“La Iglesia no se va a quedar de brazos cruzados”, advertía el obispo. “Estamos dispuestos a actuar pacíficamente para combatir cualquier mandato nacional que imponga la FIV”.
Pero más allá de la batalla doctrinal, la sociedad estadounidense ya ha tomado postura: según Gallup, el 82% de los ciudadanos considera moralmente aceptable la FIV y el 49% cree que no hay problema en destruir embriones en el proceso. Incluso entre los católicos, el 65% ve la FIV como un bien, según Pew Research. Pero... los embriones son humanos non natos, pero humanos al cabo, por lo cual se estaría abogando por el infanticidio, seres indefensos descartados como basura; o usados en experimentación.
Así que, le guste o no, Trump ha tomado un camino que lo enfrenta con la Iglesia, pero lo acerca a la mayoría de los votantes.
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