Entre la espesa arboleda autóctona, se erige esta construcción de gran dimensión, pero inacabada, realizada en sillería de granito y de planta rectangular, dominando el barroco. En una hornacina del interior reposa la venerada imagen de Santa Minia.

La Iglesia en Brión, es un plato único, planta latina y piedra sobre piedra de diferentes tamaños en sus esquinas, bastante rústica su colocación. Al centro está pintada de blanco y ya necesita otro retoque de pintura. Su altura no es precisamente por lo que destaca, sino por su longitud y claridad de línea.
En el frontal, una gran puerta verde, gruesa y elegante, aunque antigua. Atravesándola se encuentran los tesoros que desde fuera se intuyen. A lo alto, una cruz cuyo corazón late fuerte, pero demasiado pequeña para mi gusto. Dentro de la simpleza, hay formas embellecedoras y llamativas, como los arcos de los laterales y las formas circulares y algo abombadas de la cúspide.
Las piedras rectangulares de los laterales, nos llevan al clasicismo moderno. Al corte igualitario del material de construcción, cosa que no podemos observar que suceda en la fachada (piedras sacadas de las Torres de Altamira), los restos de un castillo del siglo IX. Piedras con diferentes tonalidades de gris y negro, que se alzan al cielo con la indiferencia de quién siempre ha pisado tierra. Piedras mal cortadas, unas más largas que otras, pero bien organizadas y sustentadas para dar forma a esta casa venerable de Dios.
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