No solo de geopolítica planetaria o continental se nutren nuestras zozobras. En una escala más local, la nuestra de aquí sin ir más lejos, se dan situaciones que pasman y anonadan. Es el caso de la xenofobia en ciernes que atesora un acuerdo político de estos días, relacionado con las competencias en inmigración e impulsado o aceptado desde el Gobierno, mostrando una suerte de encumbramiento del “todo vale” según para quién y dónde, pues la ultraderecha, como la xenofobia o el racismo, no está mal vista si la ocasión y el Poder lo requieren. Pero no escribiré más sobre ello, sino sobre el aspecto lingüístico de la cuestión, entendida tal vez la lengua, en este caso, como “volksgeist”, con todas sus implicaciones.
En relación con ello, recorriendo, casi palmo a palmo, recovecos y rincones de esta piel de toro se verifica y advierte la suerte, poco apreciada, de esa lengua común, el español, gracias a la cual nos comunicamos entre nosotros, seamos del norte o del sur, del este o del oeste. Puede antojársenos ello obvio y de Perogrullo, un hecho dado y aparentemente inamovible, como el agua que sale del grifo, pero no lo es tanto. La existencia de esta “coiné” es resultado de siglos, aunque puede ser destruida en décadas. Por otra parte, se trata de un idioma compartido, como lengua materna incluso, con millones de hablantes hispanoamericanos. Llámenme simple, pero lo considero una suerte y una circunstancia harto positiva.
Existen, no obstante, poderes, gentes y relatos encaminados a quebrar esa interrelación franca y efectiva, dispuestos para encumbrar cualquier lengua o dialecto que, regional, local o inventado, sirva como barrera o muro frente al resto. Detrás de ello, se vislumbra la presencia de nacionalismos, supremacismos, xenofobia a secas o puros intereses de oligarquías ligadas a cada terruño, por aquello de ser cabeza de ratón antes que cola de león.
Se erigen, los impulsores de estas cosas, en salvadores de lenguas en supuesto peligro de extinción, que deben ser protegidas como las especies de los parques nacionales, pero más bien parecen perseguir la creación de muros o paredes excluyentes para otros e inclusivos para ellos mismos y sus acólitos, que no todo va a ser sentimiento generoso, pues cuesta imaginarlos como desinteresados defensores, sin más, de hablares en peligro. Más bien abogan por la Babel del mito, pintada magistralmente por Bruegel el Viejo, y fruto de la ira del Dios del Antiguo Testamento, que algunos gnósticos identificaron con el verdadero demonio, aunque sea ese otro asunto.
Y, en España, la cosa adquiere dimensiones colosales, hasta el punto de que el eje izquierda/derecha no gira, aquí, en torno a propuestas sociales o económicas diferenciadas, sino alrededor de la concepción unitaria o centrífuga del Estado, con las lenguas propias, cuando las hay ( incluso sin haberlas), y su protección como elemento principal, aunque las lenguas libres avancen y se conserven por si solas, sin necesidad de respiración asistida y en función de la voluntad de los hablantes, asunto este problemático para quienes aborrecen la voluntad individual y la persiguen.
El caso es que, en ese contexto, son calificados en nuestro país de ultraderechistas aquellos que, jacobinos o partidarios de la lengua común, se inclinan por la concepción centrípeta del Estado y por el idioma de todos, encajando al mismo tiempo en los cánones del progresismo los amantes de las lenguas que ponen barreras. Otro avatar más del mundo al revés que nos anega, pues, al mismo tiempo, aquellos que podrían ser tildados de extrema derecha en el contexto nacional o estatal son considerados como interlocutores respetables, en el interior de cada terruño, por quienes otorgan certificados de corrección política en el ámbito general. A los hechos de estos días me remito.
Presenta, este batiburrillo, además de inconvenientes prácticos y de peligros para la lógica y el raciocinio, un daño colateral en forma de gasto y despilfarro que, a costa del ciudadano, financia los delirios de los ingenieros sociales centrados en el idioma, sin que el dispendio sirva para la supuesta protección de las lenguas afectadas, que se imponen en al ámbito oficial frente a la lengua común que, por imperativo de la realidad, sobrevive en otros ámbitos. Pero no será así para siempre, pues la politización progresiva de los espacios privados, unida al control estatal creciente, justificado siempre por nuestro bien, acabarán por quebrar la coiné que nos une e identifica. Será entonces tarde para lamentaciones.
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