Las emociones forman parte de nuestra vida cotidiana, nos guían en la toma de decisiones y dan sentido a nuestras experiencias. Sin embargo, cuando una emoción intensa nos desborda, puede nublar nuestro juicio y llevarnos a actuar de manera impulsiva, con consecuencias potencialmente graves.
Imaginemos a una joven que, al ver en el móvil de su madre mensajes de una infidelidad, siente un torbellino de emociones: rabia, tristeza, desconcierto. Incapaz de procesar lo que acaba de descubrir, toma las llaves del coche y sale a toda prisa. Conduce sin prestar atención, con la mente atrapada en la confusión del momento. El desenlace es un accidente: se estrella contra un muro. Milagrosamente, ella no sufre daños físicos, pero el impacto de la experiencia la deja marcada. En otro caso, un joven que acaba de vivir un desengaño amoroso coge su moto y acelera sin rumbo fijo. Su mente no está en la carretera, sino en el dolor de la pérdida. Un descuido, una fracción de segundo... y el accidente es fatal.
¿Qué tienen en común estas historias? En ambas, la emotividad extrema dominó sobre la razón, reduciendo la capacidad de percepción y reacción. Desde la neurociencia, sabemos que cuando una emoción intensa nos invade, la amígdala, una región del cerebro encargada del procesamiento emocional, toma el control y bloquea parcialmente el funcionamiento del córtex prefrontal, responsable del pensamiento lógico y la toma de decisiones. Este fenómeno, conocido como "secuestro amigdalar", puede llevarnos a actuar sin medir las consecuencias.
La emoción en el entorno laboral
Si bien estos ejemplos pueden parecer ajenos al ámbito profesional, en el trabajo ocurre algo similar. Enfrentarse a un conflicto, recibir una crítica inesperada o sentir frustración por una situación injusta puede activar un estado emocional intenso que nuble nuestro juicio. En esos momentos, podemos reaccionar de manera impulsiva: enviar un correo agresivo, tomar una decisión precipitada o, peor aún, adoptar una actitud destructiva hacia uno mismo o los demás.
En el contexto del curso de felicidad en el trabajo, es clave aprender a identificar estos momentos de secuestro emocional y desarrollar estrategias para gestionarlos. Algunas recomendaciones prácticas incluyen:
1. Hacer una pausa: Cuando sintamos una emoción intensa, lo mejor es detenernos antes de reaccionar. Unas respiraciones profundas o un breve paseo pueden marcar la diferencia.
2. Nombrar la emoción: Poner en palabras lo que sentimos ayuda a reducir su intensidad. "Estoy muy frustrado porque mi idea no fue tomada en cuenta" es diferente a actuar desde la ira sin comprender su origen.
3. Evitar decisiones en caliente: Si un correo o una conversación nos genera un fuerte malestar, esperar antes de responder nos permitirá hacerlo con mayor claridad.
4. Buscar apoyo: Hablar con alguien de confianza o practicar la escritura reflexiva ayuda a procesar las emociones sin actuar de inmediato.
En definitiva, la clave no está en reprimir las emociones, sino en aprender a reconocerlas y gestionarlas para que no nos dominen. La felicidad en el trabajo (y en la vida) no significa ausencia de emociones intensas, sino la capacidad de navegar a través de ellas sin perder el control. Porque en la calma, no en la tormenta, es donde tomamos las mejores decisiones.
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