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Lo que la Vida nos trae

Iulen Lizaso Aldalur, San Sebastián
Lectores
sábado, 29 de marzo de 2025, 12:38 h (CET)

¿Por qué, siendo tan generosa la Vida y corresponder en justicia con lo que necesitamos o nos hemos ganado para cada momento, las personas vivimos con tanta alteración, en conflictos relacionales y desarmonía con la propia Vida?


Con cada vez más medios, la inestabilidad emocional crece como nunca, en este hoy en que el desamor va generando tal miedo e incertidumbre que, en tan solo un instante, se vuelven borrosos todos los horizontes de felicidad.


Si entendemos en conciencia que ese quebranto en nuestro bienestar que a veces se da pudiera ser una reparación o “ajuste de cuentas” de viejas deudas con la Vida, tomarlo como una oportunidad para despertar y aprender lo que nos queda pendiente de saber, resolver y superar, supone una gran maduración de conciencia. Desde otra vertiente, también nos lo da como lección de vida, con esa aparente “casualidad” inesperada, a modo de encuentro causal, para derivar en consecuencias que sirvan a enriquecer nuestro bagaje existencial.


Entiendo que son regalos como plus de Vida, para que, a partir de la memoria que traíamos antes de nacer, vayamos completando nuestra biografía humana en base a cerrar capítulos leídos y abrir nuevos a escribir, como si fuésemos un libro que nos vamos leyendo hasta llenarnos de saber… y resolver ser.


Difícilmente se puede escribir un nuevo capítulo sin terminar de leer y asimilar el anterior. Difícilmente se puede iniciar una nueva andadura sin terminar de recoger la memoria de la anterior y darle poso de saber y sentir profundo. Difícilmente, en esta sucesión concatenada de causa-consecuencia de dolor, se puede descubrir la causa primera… si aún la seguimos consumando.


En lo familiar, los hombres deshacemos más fácilmente los lazos, causando ruptura de vínculos afectivos que conllevan disolución de núcleos relacionales. Tendrá que ver con la cultura de género supremacista recibida y asumida, a la cual sumamos una dispersión congénita que atomiza el núcleo del amor “tribal”. En la cultura occidental se traduce a desarraigo generacional, que conlleva quebranto emocional y desestructuración del núcleo familiar. Dos hechos en que los principales perdedores siempre son los menores… y también la mujer.


En la última etapa de la vida, en que en soledad vamos preparando el enlace con el después de la última noche, soltar ataduras con el entorno más próximo y desatar el lazo con quienes hemos trazado mucho camino juntos no debería tener las mismas repercusiones. Aunque muchas veces, por tradición familiar y cultural, mantenemos ataduras de vínculos afectivos “obligados”… que lastran.


La Vida, como conciencia y madre, a la vez que exigente con la moral de sus hijos, es generosa cuando se sintoniza con ella desde el sentir profundo de cada cual. En los fríos momentos de desolación sin aparente salida del bucle, nos sorprende mostrando calor y cercanía, aunque tan solo sea a modo de un abrazo o palabras de aliento recibidos de alguien que nos pone al paso, pues las almas afines sintonizan desde su sentir común… es la gran magia de la Vida.


Otras veces, la Vida te sorprende inesperadamente al enlazar cabos que en su día se soltaron y hoy, por analogía, me trae a la memoria el verso de Alejandro Jodorowsky que parcialmente dice: “El amor adulto no se busca; llega y expande entre dos corazones disponibles que no se encuentran por necesidad. No viene a cubrir ninguna vacante, sustituir a nadie, ni ocupar el lugar de alguien que estuvo antes. Dos almas disponibles se miran respetuosamente y se dicen: Tú contigo y luego conmigo. Yo conmigo y luego contigo”… es posible.


Cosas que la Vida unas veces nos trae y otras nos las devuelve, pero siempre con justicia. Igual que la pared de un frontón que, según lances con amabilidad o ira la pelota, de una forma u otra —pero siempre justa— te rebota… y nunca al capricho o interés de quien la lanzó. Así la Vida… ¡qué diferente nuestro mundo!


¿Y cuando llegue el momento en que la Vida nos llame a todos? Llegado ese final de nuestra existencia global en el planeta, ¿seremos antes capaces de despojarnos de todas esas viejas y raídas vestiduras de “poder” que tanto lastran nuestra evolución? Recobrar nuestra memoria de ser y capacidad de sentir sincero en el “antes”, permitiría el enlace a través del eslabón afectivo que cierra la brecha de clase y género, para igualarnos todos como hermanos.


Tenemos derecho a vivir una vida feliz, como la Vida quiere para todos sus hijos. Recuperar el derecho a vivirla con dignidad es consecuencia de obligarnos a ser como la Vida pide que seamos. Este es el mayor principio de libertad.


La guerra y la mentira son juegos de azar sin entretenimiento ni expectativas de salir con vida, ya que en todas las partidas, bélicas o no, la gran mayoría —incluso los que no están en la mesa de juego— pierden. Es la peor inversión en dinero, riqueza y vidas que puede hacer la colectividad humana… y no paramos de invertir en ello. ¿Qué clase de inteligencia no natural mueve al planeta para mentirnos con la idea asumida de que para hacer bolsa hay que cortar Vida?


¿Qué tipo de carencia nos mantiene en este sueño de olvido que nos impide saber que esa idea no nació de la Vida y la debemos desterrar? Pensar para saber, saber para discernir, discernir para elegir-decidir, decidir para resolver y resolver para acertar. Conocer las respuestas a esas dos preguntas se hace indispensable para descubrir lo que necesita resolver la humanidad global para acertar a ser feliz desde: ¿qué hacer?… mejor desde: ¿qué dejar de hacer?

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