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​La república de Mopongo

Antonio Carrasco Santana, Valladolid
Lectores
miércoles, 9 de abril de 2025, 12:08 h (CET)

Creo que ya va siendo hora de que hagamos un mundo más justo, más igualitario, en el que, a cada "unƏ", en atención a lo íntima y realmente valioso y trascendental —a saber, su género y su ideología—, se le ofrezca lo que merece. Como muy bien dijo la vicepresidenta primera del Gobierno días atrás, con la sagacidad y el acierto que acredita cada vez que nos alumbra con una de sus profundas reflexiones filosóficas: ¡Qué vergüenza!, ¡qué vergüenza!


A juicio de la prensa, según he leído y visto, tal desahogo expresivo iba dirigido exclusivamente a criticar la polémica sentencia absolutoria que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha dictado en favor de Dani Alves, acusado de un delito de violencia sexual, por el que fue juzgado anteriormente y hallado culpable. Yo, en cambio, seguramente equivocado, interpreté que este alarde de efusividad tenía que ver, al mismo tiempo, con otro asunto; a saber, que la vergüenza que sentía doña María Jesús era causada por la sentencia, sí, pero asimismo por el PP, que todo lo tergiversa y lo destruye.


Respecto al primer asunto, querría manifestar previamente que es una pena que la secretaria general de "lƏ" PSOE de Andalucía se pronunciara sobre el particular apenas veinticuatro horas después de haberlo hecho la ministra de Igualdad, cuyas declaraciones, casi idénticas, se vieron opacadas (este Franco, con tal de estorbar…) por la vehemencia, por la entrega, por la sinceridad, por el arrojo y por la desenfadada, a la par que delicada, prosodia que desplegó aquella, como casi siempre, en su discurso, a los que una sosaina y desaboría pucelana, pues —no me duele en prendas decirlo— no puede llegar.


Y es que a mí me parece que la ministra de Hacienda no tiene solo razón, sino toda la razón: pero, ¿dónde se ha visto que la declaración de una mujer, máxime si es joven y valiente, se ponga en duda?; pero, ¿cómo va a estar por encima la presunción de inocencia de un hombre? ¡Habrase visto! ¿Qué clase de democracia tolera que se insinúe siquiera que una mujer puede faltar a la verdad o que una mujer tenga que presentar pruebas de la veracidad de lo que afirma? De ninguna manera. Lo que hay que hacer es legislar con urgencia para que esto no pueda volver a suceder, como le corresponde a un gobierno realmente progresista. En primer lugar, inspirándome en la doctrina Podemos, en mi opinión, habría que expropiar los derechos a los hombres, porque está empíricamente comprobado que aquellos de que goza un hombre acaban siendo excusas para agredir del modo que sea a las mujeres (sin ir más lejos, ¿en qué se ha convertido la presunción de inocencia de Alves? Pues, a la vista está, en ejecución de indecencia. ¡Qué vergüenza!). Pero, asimismo, habría que empoderar realmente a las mujeres acometiendo una reforma integral de los códigos civil y penal de verdadera justicia: hay que exceptuar a la mujer de cualquier posibilidad de reproche judicial en ambos ámbitos; es decir, establecer la inmunidad o inviolabilidad de las mujeres, de forma tal que estén eximidas de cualquier tipo de responsabilidad punitiva o penalizadora, asentadas en el derechƏ natural de honradez, sinceridad, veracidad, lealtad y franqueza, que, por su propia naturaleza —valga la redundancia— solo afecta al género femenino, salvedad hecha del cumplimiento de las obligaciones tributarias, al menos para las mujeres no jóvenes o retraídas.


Ya, ya sé que alguien pensará que qué sucede si en un atraco o en un asesinato, por ejemplo, está involucrada una mujer. Pues bien, simple: o es la víctima (lo más probable) o, en caso de que no lo sea de forma evidente, si en el acto criminal colabora un hombre, culpable este, porque, como mínimo, será el inductor que, sin duda, incluso no siendo el ejecutor, anuló la voluntad de la mujer; si no hay implicación directa de un hombre, será “responsable” civil o penal “machirulo-subsidiario” su pareja, en caso de ser varón, o el familiar de género masculino más próximo por línea de consanguinidad, que, con toda seguridad, por medios diversos de coacción pervirtieron la honesta conciencia feminista de la mujer. Como se suele decir, fácil y sencillo, pero, sobre todo, justísimo.


Sobre la segunda cuestión, es que esto del PP da mucha, pero que mucha vergüenza. Todo el día dale que te pego: que el Gobierno propone algo, “mopongo”; que el presidente afirma algo, “mopongo”; que la portavoz de "lƏ" PSOE en el Congreso defiende al obrero que no puede comprar títulos en las universidades privadas, “mopongo”; que el Gobierno negocia con Junts y con Bildu, “mopongo”. Señora candidata a presidir la Junta de Andalucía por "Əl" PSOE, no ceje en el empeño, comience por tomar las riendas de Andalucía para iniciar un prometedor y brillante futuro para todo el país. Llene de ilusión, de esperanza y de entusiasmo nuestros corazones, enfréntese al caduco y corrupto PP con la bravura y los arrestos que de un carácter recio como el suyo se espera, cambiando un modelo de Estado decadente e inoperante. Funde la «República Democrática Vitalicia de Mopongo», donde los sueños, sin duda, se harán realidad.


Ya estoy viendo el primer discurso al mundo de la presidenta en el rebautizado palacio de la Mopongla, antiguo palacio de El Pardo. Es que… me embarga la emoción; es casi una epifanía:
«Esto es Mopongo. Un gran país. Hoy, el motor económico y de integridad moral de la Unión de Repúblicas Feministas. Un país que produce de todo, que investiga la vacuna contra la COVID, que cultiva promesas, que fabrica ilusiones, que moviliza capitales, que apuesta decididamente por la familia, sí, hermanas, sobrinas y esposas directoras de cátedras, sí; y por la música, también. Un país que no se para, y que no se va a parar mientras contemos con Yoli y Tezanos manejando el asunto, por muchas derechas que nos encontremos. Porque aquí sabemos lo que hacemos y lo vamos a seguir haciendo. Vamos a seguir vendiendo fantasía, nuestro cálido y particular sabor a “piquiño”, nuestro argumentario feliz, nuestra tecnología de la condonación y de la comunicación, nuestra resiliencia, nuestras convicciones democráticas “moponguianas”, nuestros servicios (¡Mopongo, república de vacaciones!). Vamos a seguir exportando a todo el mundo lo que hoy es Mopongo: una manera muy especial de hacer las cosas sin hacer, que es lo bueno (así, no te cansas). Lo que no vamos a vender nunca son nuestros valores ni nuestros principios, porque, donde no hay, no roban. Todo lo demás que seamos capaces de decir que hacemos, por supuesto que sí». «Compra lo mío. Defiéndete de lo nuestro».


GOBIERNO DE MOPONGO (¡Viva Montero! ¡Viva Mopongo!)

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