Al otro lado del continente tenemos a un hombre de pelo rojo, donde sobresalta su cabeza y corbata larga de color también roja. Este personaje es Donald Trump, el Trampas de turno, el último saliente presidente de las selecciones americanas. El hombre que ha salvado su vida en dos atentados. Mira por dónde, parece ser que este color, el rojo, le gusta a rabiar. Este alocado y disparatado personaje se ha alineado a Putin, otro de color rojo, como les dicen a los comunistas. Es verdad que los dos polos se pueden juntar, pero que un comunista empedernido y sanguinario se intente agrupar a un ultra de convenciones de ultraderecha —y, por lo que vemos, sordo de oídos y ligero de palabras—, no logro entenderlo.
Los extremos siempre se tocan, y en este caso de la política, aún más. El mundo está revuelto, intrincado entre esta clase populista que se ha unido. Estoy seguro de que ni ellos mismos conocen por dónde salir de este atolladero.
Ahora, en estos momentos, mucho más, ya que las democracias están confundiendo lo racional con lo irreal. Las locuras y aranceles promulgados por este hombre del pelo rojo y su admirado amigo, el Putin frío, calculador y distante, con una arrogante soberbia... Y como está el mundo lleno de trifulcas, batallitas y con delirio de grandeza, veremos por dónde sale la partida de ajedrez, o a qué otro juego podrían inventarse para jugar.
Mientras, la ONU, la OTAN y la UE, y todas las siglas que hubiera, están jugando, columpiándose en una cuerda rota y desgajada, sin saber por dónde meter mano a esta cruel salvajada de estos dos locos de extremos distantes. Otro día hablaremos de la pobre desvalida Ucrania. Por ahora, sola y distraída por esta falaz amistad entre dos sujetos a los que les gusta el color rojo.
La humanidad, en estos momentos, está al rojo vivo. Las tropelías y locuras de esta marioneta —me refiero al Trump de los “nísperos”, aunque hay varios nombres para catalogarlo aún más en este despropósito de aranceles—, el hombre de las tablas firmadas en grueso rotulador negro, al cual, a este vomitorio ser, lo han cogido como un títere, un fantoche que tiene un hartazgo de muy señor mío y que, como si fuese una marioneta, lo está manejando a su antojo el comunista soviético.
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