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Opinión
Etiquetas | accidente aereo | Venezuela

Sin queroseno de reserva

La crudeza y el horror de una tragedia que considero evitable
José Manuel López García
sábado, 3 de diciembre de 2016, 12:22 h (CET)
De las informaciones que se van conociendo a través de los medios de comunicación del trágico accidente aéreo de la aeronave de la compañía o pequeña aerolínea venezolana LAMIA que opera en Bolivia surgen varios interrogantes.

Por las dos grabaciones que se han hecho públicas se sabe lo que dijo el piloto poco antes de estrellarse el aparato. Y está claro que el avión se quedó sin combustible. Es obligatorio que en todos los vuelos las aeronaves lleven suficiente combustible de reserva que les permita volar al aeropuerto más cercano y sobrevolarlo al menos durante media hora.

La exhaustiva investigación que se iniciará debe poner al descubierto que es lo que sucedió realmente para que los fallos eléctricos se produjeran y que la nave se estrellara contra una montaña de Medellín sin combustible. No explotó en llamas y hubo varios supervivientes, aunque la mayor parte de los pasajeros y la tripulación murieron.

Habría que confirmar si el avión siniestrado pasó con éxito la revisión de cheque técnico, porque, si no se realizó, no importan los motivos, a mi juicio, se habría producido un fallo de seguridad muy grave. También es necesario comprobar que, según parece, no disponía de suficiente combustible para llegar a su destino. No se puede jugar con el riesgo, y por ahorrar gasto en combustible volar sin reserva de queroseno para gastar menos. No aseguro que sea esto lo que ha sucedido, pero puede ser objeto también de investigación. Y si el aparato es precario y no está en buenas condiciones técnicas los niveles de riesgo se multiplican.

Es cierto que las causas de los accidentes aéreos suelen ser varias a la vez y que se concatenan en un corto espacio de tiempo provocando la tragedia, pero conviene que las medidas de seguridad se cumplan escrupulosamente en todas las ocasiones.

Mi más profundo pésame para los familiares y amigos de todos los pasajeros y tripulantes y mi apoyo a los heridos. El equipo de fútbol Chapecoense ha sido diezmado por el azar y la mala suerte.

Se deben esclarecer, con todo detalle, las causas del terrible accidente que ha conmocionado al mundo. Básicamente para que no se vuelva a repetir. La aviación es el medio de transporte más seguro, ya que en millones de vuelos no pasa nada, pero es verdad que la estadística de siniestralidad aunque es bajísima no sirve de consuelo para los que han muerto. Las probabilidades de morir en un avión son muy bajas, casi despreciables, pero pueden materializarse y ser una realidad espantosa.

Se sabe que durante cuarenta o cincuenta segundos los pasajeros del vuelo supieron que iban a estrellarse contra el terreno y que morirían. Gritaban horrorizados ante su inminente muerte y no es para menos. El gran problema es que no podían hacer nada para salvarse ante la colisión. Su terrible destino estuvo en manos del más fatídico azar.

Unos fallos técnicos pueden ser los causantes de la desaparición de más de setenta vidas. Y esto debe hacer recapacitar a las autoridades de Bolivia y a los directivos de la compañía LAMIA. Se deben exigir responsabilidades por parte de la justicia.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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