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Guerra contra las drogas: perseguir el grito

La fracasada guerra contra las drogas se alimenta de la alarma social que genera un problema enfocado desde las consecuencias más lúgubres. Urge plantearse las causas de este problema pero, sobre todo, una pregunta fundamental: ¿qué es la adicción?
Carlos Miguélez Monroy
miércoles, 11 de enero de 2017, 01:02 h (CET)
“‘Consumen heroína como si fueran cervezas’: los nuevos adictos a la mortífera droga en Estados Unidos”. Este titular de una noticia publicada en la BBC remite a “para que la droga no llegue a tus hijos”, el lema con el que el ex presidente de México, Felipe Calderón, justificó la “guerra contra el narcotráfico” que lanzó en 2006.

Once años después, 175.000 muertos y miles de millones de dólares después para combatirlo, no sólo se ha mantenido el consumo de drogas a ambos lados de la frontera sino que, en algunos casos, se ha disparado. Mientras tanto aumentan el crimen organizado y la violencia que se deriva de reprimirlo o de intentar controlar el mercado.

Se habla en Estados Unidos de epidemia de heroína y de otros opiáceos, con 50.000 muertes por sobredosis al año. El periodista Ian Pannel siguió cuatro casos que muestran con crudeza las consecuencias de la adicción a la droga. Pero no se abordan las causas, como es habitual en los debates sobre este problema en los gobiernos, en los medios de comunicación y en la sociedad.

Pero esto empieza a cambiar. En 2012, la periodista mexicana Nancy Flores publicó La farsa detrás de la lucha contra el narco, a la que califica como un holocausto contra los más pobres y desfavorecidos, utilizados como “carne de cañón” a cambio de dinero y status perecederos. Argumenta además que, detrás de declaraciones triunfalistas, se ha ocultado un gobierno que utiliza sus fuerzas armadas y su aparato policial para librar una guerra “contrainsurgente” para atemorizar a la sociedad y para anular los movimientos sociales, descontentos con la pobreza y con tanta desigualdad.

La periodista expone también que parte de esta guerra social la impuso Estados Unidos como estrategia para profundizar su injerencia en las fuerzas armadas, en los aparatos de seguridad y de inteligencia de México. Al mismo tiempo se beneficia de la venta de armas y del lavado de dinero de los cárteles en los circuitos financieros internacionales. A la tesis de esta periodista se suman las de su colega inglés Johann Hari, que expone el mismo argumento sobre cómo Estados Unidos presionó a México, por medio de amenazas comerciales, para que librara una guerra contra las drogas. En su libro Tras el grito, Hari repasa la historia de esta lucha global que Estados Unidos lanzó después de la abolición de la Ley Seca por medio de la misma estrategia: chantajes, amenazas comerciales, campañas, financiación de estudios “científicos” que confirmaran sus premisas y lobbying en Naciones Unidas y en la llamada “comunidad internacional”.

Esta guerra se alimenta de la alarma social que genera un problema enfocado desde las consecuencias más lúgubres: adolescentes muertos por sobredosis, el paisaje de junkies en las calles, los robos y los delitos provocados por una adicción “que secuestra las mentes”, los jóvenes que pasan del alcohol a drogas blandas y luego a las más adictivas.

Han sido silenciados y arrinconados quienes han cuestionado las premisas sobre las que se apoya una guerra que cuesta billones de dólares sin conseguir resultados. Mueren cada vez más personas, las cárceles están a rebosar por delitos relacionados con las drogas y no disminuye el número de sobredosis ni de personas con adicción.

Hari les ha devuelto la voz para completar los agujeros que ha encontrado al cuestionar esas premisas. Se pregunta sobre los orígenes de esa guerra: quiénes, cómo y por qué la han librado; quiénes han sido sus principales víctimas, cómo es la vida de quienes distribuyen las sustancias ilegales y de quienes las consumen, cuáles son los costes económicos y sociales.

Pero la mayor de sus aportaciones radica en plantear una pregunta fundamental: ¿qué es la adicción? Apoyado en estudios científicos, llega a la conclusión de que las adicciones tienen sólo un 15% de componente bioquímico y de que “la adicción no es una enfermedad, sino una adaptación” para sobreponerse a experiencias traumáticas, sobre todo de la infancia, y al aislamiento social.

Al construir sus respuestas sobre la adicción, cuenta iniciativas y experiencias en distintas partes del mundo que se apoyan en enfoques que prometen mejores resultados.

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