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Desde siempre, me corroe la envidia cuando leo a Vargas Llosa. No sé si sana o insana (¿existe la envidia sana?), pero envidia, al fin y al cabo. Ha muerto el genio literario en los inicios de esta semana santa. Eso no se lo envidio, aunque es ley de vida, pero sí su prosa, a la que es aplicable aquella frase de Paul Valéry que tanto citaba el maestro Umbral: “la sintaxis es una facultad del alma”.
La tradición de no consumir carne en días específicos de la Semana Santa tiene raíces que mezclan la historia y la teología cristiana. Desde los primeros siglos del cristianismo, el ayuno y la abstinencia se establecieron como medios "para purificar el alma y prepararse para las festividades más importantes".
De repente sales a la calle sin otro propósito que recrearte en los pequeños detalles de la cotidianeidad y la naturaleza te sorprende con su creativa impronta, verbigracia, brotando irredenta por entre los intersticios más recónditos de la urbanística lógica, a través de la que a diario transitamos sin remisión.
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