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Las tiendas de sex-shops unen pero también rompen relaciones de amistad

Un poema de Esther Videgain
Esther Videgain
domingo, 5 de marzo de 2017, 13:25 h (CET)
Lucilda tenía una tienda de sex-shop en una calle de un pueblo de Madrid. Venía ya bastante gente a usar sus productos y también del extranjero. Se había prediseñado esas páginas que se mueven por el espacio ciber náutico, conocidas como webs. Se llamaba: lospajaritosrojosyalgomas.com.

Venían a comprar tanto hombres como mujeres, pero los varones iban mayormente acompañando a sus chicas. Buscaban de todo. La última tecnología, era un programa de PC para hacer juegos eróticos sobre una base conectada al puerto exterior.

Lucilda era una mujer separada sin hijos y tenía un piso comprado en un edificio de nueva construcción. Había estudiado junto a su mejor amiga en un colegio de monjas. Su ex marido, en vez de salirle el príncipe azul, le había salido rana y todavía, tras dos años de divorcio, seguían con un contencioso para una pensión mensual. La familia de ella era multimillonaria y tenía mucho dinero y bastantes negocios. Los juicios les estaban saliendo carísimo, había recurrido ya dos veces.

Su amiga de infancia se llamaba Patricia, era profesora de primero y segundo de primaria en un colegio religioso de altos costes, exclusivamente para niños pijos, de estos que se llaman hijos de papá. Era muy recatada en su forma de vestir y siempre estaba muy triste y apenada. Acudía a menudo, a su médico de cabecera a contarle sus desgracias:

- Buenas tardes – decía siempre con voz tenue y deprimida – me encuentro muy mal.

- Deprisa Patricia – la contestó el doctor muy apurado – hoy tengo retraso y, además, dos urgencias.

- Me duele mucho la cabeza – dijo gimoteando la paciente – creo que tengo migrañas.

- Lo que pasa, querida – contestó el matasanos tomándoselo a risa – es que estás falta de práctica de sexo en tu vida. ¿Desde cuándo hace que no haces el amor?

- Yo de eso no practico, Doctor López – contestó la muchacha – no tengo novio, ni pienso en esas cosas. Es que soy muy tímida.

- Pues nada hija - continuó el de cabecera- vete a un sex–shop y cómprate varios artilugios sexuales. Que te explique la dependienta como usar los cachivaches.

- Ah, mira, tengo una amiga que tiene una tienda de esas – respondió Patricia al doctor.

- Llámala y di que tu médico del ambulatorio te lo ha mandado – contestó el Sr. López - así, encima, te hará descuento. Perdona, pero tengo la consulta a tope y los enfermos graves no pueden esperar más.

Se despidieron y Patricia hizo la llamada a la compañera de juegos de la niñez, Lucilda. Quedaron y se compró un penetrador eléctrico, de esos que funcionan a pilas y fueron a tomar un café. Hacía mucho que no se veían y así se ponían en seguida al día de sus cosas.

Las ventas de la tienda de Lucilda iban viento en popa hasta que pusieron un Boys justo a la vuelta de la esquina. Su amiga del alma Patricia, se había enterado e iba ahí acompañada de sus compañeras de trabajo, sin invitarla a ella.

Un día, echando el cerrojo de la puerta a las ocho en punto de la tarde, se cruzó la que ahora era su enemiga número uno, Patricia. La preguntó qué tal la iba y ella, muy rápido, la respondió:

- Estoy yendo a un Boys a dos minutos de aquí. Rompe mi número de móvil porque tú, ya no eres mi amiga ni mi conocida.

Lucilda, muy triste se fue a la casa de su vecino y amigo Juan. Un chico muy apuesto y galán. No le salían las cuentas de su negocio y tenía que cerrar en dos meses. El chico la escuchó y le dio un puesto en su papelería.

Trascurrido ese tiempo, empezó a trabajar en la otra tienda. El jefe y la empleada se enamoraron y se fueron a vivir juntos tras unos meses de apasionado noviazgo. Vivían en un rascacielos en el centro de Madrid.

Pasó ya un año y llegó el cumpleaños de la madre de la enamorada. Hicieron una gran fiesta y Lucilda le compró de regalo una agenda de piel marrón y una pluma estilográfica con dos diamantitos muy cara. Lo envolvió todo cuidadosamente doblando las esquinas del papel y le puso un “Feliz Cumpleaños” pegado con un lazito rojo.

La celebración era en la urbanización “Dos Sicilias”, una de las más prestigiosas en las afueras de Madrid. En ese edificio vivía también la hermana de Patricia.

La pareja sentimental de Lucilda fue a buscar sitio para aparcar su automóvil y le dijo a ésta con voz muy cariñosa:

- Cariño, ves subiendo que yo voy buscando sitio para aparcar.

Abrió el portal la protagonista del alto edificio y llamó al ascensor. Una mano le tocó el hombro. Era la de su antigua amiga Patricia y se subieron a la planta sexta donde vivían las dos familias. Se abrieron las puertas metálicas y la invitada al cumpleaños dejó pasar primero a la otra. Ya en el suelo, Patricia con voz desafiante, la preguntó:

- ¿Qué tal te va? ¿Vas al cumpleaños de tu madre?

- Sí – contestó reafirmando su palabra con un leve gesto con la cara – ¿y a ti?, ¿qué tal te ha ido?

- Me va muy bien con mis nuevas amigas – dijo con voz irónica – seguimos yendo al Boys. ¿Sabes? Uno me dejó bailar media hora un vals con él. ¿Tú seguirás soltera?, me imagino.

- No, tengo pareja estable desde hace casi un año, se llama Juan – contestó sin mirarla prácticamente.

De repente, se paró de golpe el ascensor. Un chico de casi dos metros de alto, de constitución fuerte y muy guapo, de esos que pasean modelitos por las pasarelas de París y Nueva York, se bajó y dio un piquito a Lucilda y ésta dijo en voz alta:

- Patricia, este es Juan – dijo abriendo la puerta brindada de la casa con sus llaves - ya sabes, si no te importa, ves rompiendo mis números de teléfono porque tu ya no eres mi amiga.

El novio se giró muy sorprendido ante las rudas palabras de su pareja. La reconoció enseguida por las descripciones de su amada y con tono alto dijo:

- Y esta amargada ¿quién es?, ¿la vecina de tu madre? Muy agraciada físicamente no es, la verdad.

Dejó pasar el apuesto muchacho a Lucilda y cerró la puerta mirando con cara de guasa a Patricia.

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