Quedaba seis segundos; esa zona de confort donde vive Sergio ‘Jordan’ Llull. Cogió el balón, lo botó un par de veces, inició la penetración, se echó hacia atrás y anotó la canasta del triunfo del Real Madrid sobre el Barcelona. El Palacio de los Deportes enloqueció ante su hombre. El otro hombre fue Felipe Reyes. El capitán se consagró como el jugador que mejor se defiende en los rebotes, su zona de confort. El tercer hombre del clásico, descafeinado en cuanto a calidad, fue Doncic. El esloveno impulsó al Real Madrid antes del descanso; luego el Barcelona, apurado por la necesidad de ganar, se apoyó en Perperoglu (16 puntos) y en Tomic, quién sólo apareció al final para jugarse las canastas decisivas. El croata cumplió y no le tembló su mano en dos grandes ganchos, pero nadie detiene a Sergio ‘Jordan’ Llull. Por algo lleva ese 23 en la espalda, por jugadas que deciden clásicos.
A meses de jugarse toda la temporada, el Barcelona evidenció jugarse más que el Real Madrid. Necesitaban de una convincente puesta en escena como preludio a la conquista de Madrid. De ganarse adeptos a su desangelada causa. Quedaron cerca de su propósito. Entraron más centrados en el encuentro y asentados en su juego. Veían canasta con más comodidad: 7-12 tras un acierto desde el perímetro de Oleson. Aguantaron incluso una tímida reacción del Real Madrid (11-15) y hasta se elevaron a su máxima renta: 12-20. Estaban con confianza. Y de repente, todo acabó. En un visto y no visto, el Real Madrid se sitúo a la par en el marcador (23-23) a falta de un minuto para concluir el primer cuarto. Entre medias, con un parcial de 11-3, unas buenas acciones ofensivas entre Randolph y Llull; así como una sólida defensa sobre Rice; y un crecimiento exponencial de un grupo blanco que fue de menos a más.
Aún tardó el Real Madrid en entrar en ebullición. Necesitó de unos minutos más y unos pequeños acoples. Incluso de verse con otra mínima desventaja (23-28). Alcanzando el ecuador del segundo cuarto, hubo la eclosión. El momento Real Madrid. El momento de Doncic. Un chico de apenas 18 primaveras que giró el encuentro. El esloveno tomó las riendas y el Real Madrid empezó a cabalgar al tiempo que el Barcelona se reencontró con sus fantasmas. De un 29-30 se pasó a un 47-36 en el descanso. ¿Motivos? Doncic contagia su aire juvenil a todo el equipo. Un errático Hunter se benefició de ello, aprovechó unas cuantas asistencias. Carroll dispuso de balones cómodos para acertar; Reyes se fajó en defensa tanto como Rudy Fernández y Ayón. No era la mejor versión del Real Madrid; únicamente fueron unas ráfagas que situaron su camino.
Doncic, espectáculo puro
Era el camino que indica Doncic. El imberbe y polivalente ‘siete’ es un diablo. No entiende, además, el baloncesto como un juego pasivo. Quiere dar alegrías. Espectáculo. Las dos mejores acciones de los dos primeros cuartos tuvieron su firma: un rebote en las nubes como prólogo a un aciertos desde el perímetro; un regate en modo ruleta de Zidane antes de penetras a canasta y, para sorpresa de todos, asistir a Llull, el cual, cayéndose y sobre la bocina, encestar uno de esos triples suyos bautizados popularmente como mandarinas.
El descanso enfrió al Real Madrid. A su vuelta, 7 puntos en otros tantos minutos. Esa anotación, pobre, sumada a una placentera defensa supuso un acercamiento del Barcelona. A tres puntos, para ser exactos (54-51). Situación, también, consecuencia de una mejoría de los azulgranas (olvidaron su 39% de acierto en total al descanso, ya era de un 43%) y en el buen hacer del griego Perperoglu y, en menor medida, de Claver. Se volvió a abrir el partido. El tercer cuarto se cerró con un ajustado: 62-57. La ventaja residió en los triples de Carroll y Llull. El Madrid continuaba mandando, dando mejores sensaciones, aunque no remataba a un Barcelona que se movía a impulsos, a acciones individuales, y basándose en su poderío reboteador. Y tiene su mérito. Ni Rice ni Tomic (Taylor y Ayón cuentan en defensa) estaban con libertad de movimientos. Tampoco tuvieron su día. El hombre azulgrana era Perperoglu. No pudo con la responsabilidad. Sólo anotó 2 puntos en el cuarto decisivo.
Nada se alteró en los siguientes cuatro minutos de juego. Entre fallo y fallo, el marcador no evidenció grandes movimientos (65-59). Quedaban 6 minutos, de un clásico, todo sea dicho, descafeinado en cuanto a un baloncesto de alcurnia. Ni lo hubo hasta el final. Hubo más intensidad e intriga. Y momentos para la historia, como cuando Felipe Reyes se convirtió en el máximo reboteador de toda la historia de la ACB: 4.293 rebotes. Y entre tanto, Eriksson y Oleson se encargaron de dar más emoción con sus triples. Carroll, con 5 puntos consecutivos, daba réplica y mantenía al Real Madrid (71-65). Quedaban poco más de dos minutos. Y Rice se sacudió el maleficio con un triple (71-69). Y apareció Perperoglu para situar a un punto al Barcelona (72-71). Ya era un partido de nervios, de tensión, una cita para hombres. En el Barcelona apareció Tomic. Dos canastas suyas pusieron cerca el triunfo. Pero, nuevamente, apareció Llull. Y ya saben cómo acaban los encuentros cuando entra en escena Sergio ‘Jordan’ Llull.
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