Pau Molins, abogado de la infanta Cristina se ha planteado interponer un recurso de casación ante el Tribunal Supremo “para demostrar que nunca tenía que haber sido juzgada”, y esclarecer cualquier duda sobre su honorabilidad. En una entrevista televisiva Pau Molins dijo que el hipotético recurso pediría el derecho al olvido para intentar eliminar las imágenes de la infanta durante el juicio. El letrado dijo: “Lo quiere hacer por sus hijos, pero aún tiene dudas”. Con el hipotético recurso, el abogado dijo que la infanta desearía “esclarecer cualquier tipo de sombra sobre su honorabilidad”.
El juicio de la infanta y de su marido Urdangarin fue muy mediático debido a los personajes encausados. Las imágenes del juicio se han colgado en la red y han dado la vuelta al mundo. Es imposible retirarlas de la circulación. Insensateces de adolescencia y de madurez, hacen que las imágenes colgadas tengan un efecto bumerang inesperado y no deseado. La infanta Cristina debería asumir la posibilidad que en el futuro, en el momento menos deseado, puedan reaparecer las imágenes que desearía hubiesen sido borradas del todo.
La infanta Cristina absuelta en el juicio por el caso Nóos desearía “esclarecer cualquier tipo de sombra sobre su honorabilidad”. Desconozco si la infanta, a pesar de haber sido absuelta, es corresponsable de los delitos financieros por los que ha sido declarado culpable su marido. Si lo fuese, recuperar la honorabilidad legal no le devolvería la honorabilidad a su alma pecadora. Esta pérdida es una carga muy pesada para todos los seres humanos. Todos sin excepción”, incluso los miembros de la realeza, no son exentos de pecado: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3. 23). Ni los monarcas a los que a su nombre les acompaña el calificativo “santo”, ni los presidentes que tienen el título de Muy Honorable, son honorables.
De las criaturas de Dios, solamente Adán y Eva, por muy poco tiempo, fueron personas “santas” y “muy honorables”. Tan pronto pecaron perdieron la honorabilidad en que habían sido creadas, se deshonraron a los ojos de Dios. Dado que todos los seres humanos somos descendientes de Adán, todos hemos pecado. Desde el momento de la concepción llevamos colgada la etiqueta “deshonrado”. Aun cuando sea inconscientemente tenemos conciencia de la degradación con que nos ha castigado Dios y pretendemos neutralizarla con títulos pomposos, dando nombre a nuestras propiedades, siendo benefactores de la Iglesia haciendo méritos…Cuanto más se haga para lavar la deshonra más desgraciados nos encontramos, nos hemos subido en la rueda del hámster. Trabajo inútil y fatigoso el intento de recuperar por nuestros medios la honorabilidad perdida. “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo el Señor Dios” (Jeremías, 2: 22). Quién podrá decir: “yo he limpiado mi corazón, limpio soy de mis pecado?” (Proverbios 20:9). Nadie, es la respuesta. Solamente Dios puede hacer que el ser humano recupere la honorabilidad perdida en el Edén. ¿Cómo se las arregla?
La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). Desde el momento en que Dios mata a unos animales con las pieles de los cuales tapa la vergüenza que sentían los transgresores de la Ley, Dios nos enseña que sin derramamiento de sangre es imposible que el ser humano pueda quitarse de encima el pecado que le roba la honorabilidad en que fue creado. La sangre de los animales sacrificados no borra el pecado, es un símbolo que nos lleva a otro lugar. Sin perder tiempo Dios enseña a nuestros primeros padres hacia donde deben dirigir la mirada para recuperar la honorabilidad perdida con su desobediencia a su Ley.
Dirigiéndose Dios a la serpiente, instigadora indirecta de la desobediencia de Adán, le dice: “Por haber hecho esto” (tentar a Eva a pecar y a través de ella a Adán de quien procedemos todos), “maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo, sobre tu pecho te arrastrarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya, ésta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el talón” (Génesis 3: 14,15). Estas palabras proféticas, la primera profecía anunciada la dijo Dios directamente, sin mediación humana, en el mismo instante en que comienza la historia de la humanidad manchada por el pecado. Nos anuncian como el ser humano deshonrado por el pecado puede recuperar la honorabilidad perdida. Señalan que el Redentor sería descendiente de Eva. El desarrollo generacional nos lleva a Nazaret en donde la virgen María acepta ser concebida por el Espíritu Santo para gestar a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que en la cruz del Gólgota heriría en la cabeza a la serpiente, para redimir a los hombres de su pecado.
Por la fe en Jesús y gracias a su muerte a favor de los pecadores se produce el milagro de convertirse el pecador en un hijo de Dios, coheredero con Jesús de los bienes celestiales. El perdón de Dios convierte la deshonra del pecado en honorabilidad, regalo de Dios que ningún tribunal humano podrá arrebatar.
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